Alcoholismo y síndrome depresivo

El abuso prolongado de alcohol causa ciertos trastornos psiquiátricos. Los pacientes alcohólicos refieren a menudo un humor depresivo, a la vez que evidencian, en relación a su uso de alcohol, multitud de síntomas afectivos, tales como astenia, anergia, tristeza, irritabilidad, insomnio, etc.

Ya en 1936, la revista Lancet, publicaba un artículo que ponía de relieve la relación entre alcoholismo y trastorno maniaco-depresivo. Los síntomas depresivos son frecuentes en el alcoholismo. Un 40% de pacientes alcohólicos son diagnosticados de depresión. Se ha definido en los alcohólicos que sufren depresión una historia más larga de problemas asociada al uso de alcohol; más intentos de terapias de deshabituación; más patología física relacionada con el consumo de alcohol; y mayores problemas familiares y conyugales.

La relación entre la enfermedad alcohólica y los trastornos afectivos es compleja y confusa. Temas tales como la naturaleza y prevalencia de sus síntomas, la concreta definición operativa de dichas entidades nosológicas, la dicotomía entre trastorno primario vs. Secundario, la concurrencia y evolución en el tiempo y el manejo terapéutico permanecen en controversia.

Existen por lo menos cinco factores que contribuyen a la confusión entre alcoholismo y síndrome afectivo:

  • El alcohol “per se” puede causar síntomas afectivos dependiendo del nivel de alcoholemia. Euforia durante la fase inicial a niveles elevados, frente a la tristeza e irritabilidad a niveles más bajos o decrecientes.
  • El uso prolongado de alcohol da lugar a signos de depresión severa de forma temporal, con una clínica muy similar a la de los trastornos afectivos depresivos mayores, en especial en pacientes femeninos
  • Algunos pacientes pueden iniciar o aumentar el consumo de alcohol durante episodios afectivos, en especial las fases maniacas. Otros, con su efecto euforizante, recurren a un uso creciente como forma de alivio o automedicación de su sintomatología depresiva.
  • Los síntomas depresivos y los problemas por alcoholismo ocurren concomitantemente en otros trastornos psiquiátricos. Se han descrito esta asociación en los trastorno de personalidad de tipo antisocial por somatización o toxicomanía en las que el alcohol actúa como sustituto de la droga primaria.

La enfermedad depresiva y el alcoholismo se hallan entre los trastorno de más alta prevalencia entre la población general; dada sus respectivas tasas de incidencia se puede estimar que una pequeña proporción de pacientes pueden estar afectos de forma independiente de ambos trastornos.

Hay ciertas razones que avalan una relación biológica subyacente de tipo genético. Winokur y cols. Proponen una asociación familiar entre alcoholismo y depresión que da lugar a una entidad que se expresaría como una depresión de inicio temprano en las mujeres o como un alcoholismo en los hombres.

La prevalencia del alcoholismo en parientes de primer grado de pacientes con trastornos afectivos es del 6-12% frente al 8% del grupo control. Sin embargo, los estudios de adopción y de prevalencia en familiares no apoyan esta estrecha relación genética entre alcoholismo primario y trastorno afectivo depresivo primario.

Con respecto a la diferencia entre primario versus secundario, la mayores de autores tipifican a estos pacientes depresivos de Trastorno Depresivo Secundario, indicando que el alcoholismo ha precedido o acompañado al síndrome depresivo. No obstante, la severidad del cuadro clínico, la frecuencia de suicidios así como antecedentes familiares de trastorno psicótico y afectivo, sugieren que al menos un pequeño subgrupo pudiera padecer un trastorno depresivo primario atípico.

Otra dificultad subañadida es la forma de llegar al diagnóstico de trastorno afectivo depresivo y alcoholismo. La escala de Hamilton para la depresión ha demostrado una buena sensibilidad y especificidad diagnóstica al revés que otros métodos tales como el inventario multifásico de personalidad.

La evolución y curso de ambos trastornos ofrecen indicadores para el manejo práctico de estos pacientes. Generalmente debe considerarse como secundarios los síntomas afectivos, puesto que éstos desaparecen tras varios días o semanas de abstinencia, lo que no sucede cuando el trastorno afectivo es primario.

En general, se puede concluir que el alcoholismo y los trastornos afectivos son probablemente enfermedades distintas con diferentes pronósticos y tratamientos. Sin embargo, frecuentemente los síntomas depresivos complican el curso de un alcoholismo a la vez que algunos pacientes depresivos aumentan sus ingestas de alcohol cuando enferman, siendo un 5-10% los que se pueden llegar a diagnosticar del alcoholismo secundario.

Aunque desgraciadamente existen aún serias dudas sobre el tema del manejo terapéutico de los pacientes alcohólicos con síntomas depresivos, hay datos que apoyan el uso de litio y/o antidepresivos. Comparado con placebo, los pacientes alcohólicos disminuyen el consumo y requieren menos hospitalizaciones en el seguimiento. El litio podría estar especialmente indicado en alcohólicos que han presentado un empeoramiento del humor tras 3-4 semanas de abstinencia, si bien, no todos los estudios están de acuerdo en su eficacia.

No debe dudarse en recurrir a la terapia con antidepresivos, principalmente tricíclicos, cuando los síntomas afectivos sean notoriamente severos, o la cualidad de estos sea endogenomórfica independiente de que se les clasifique como de trastorno afectivo secundario. Por otro lado, merece la pena, resaltar que el uso de una terapia antidepresiva no parece influir en la evolución de la enfermedad alcohólica primaria, en cuanto la prevención de recaídas en el uso de alcohol.

 

(Información extraída de Trastorno por dependencia del alcohol: conceptos actuales 1988 / P.A. Soler Insa, F. Freixa, F. Reina Galán, 1988)

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