Razones para no tener miedo a volar

Las invitaciones a viajar se multiplican: tomar el té en Ceilán, dar un salto a París de una alentada, encontrar América a los pies, son las propuestas hasta cierto punto de menor envergadura de las compañías de navegación aérea. Los viajes en grupo, por vuelos Charter, y el considerable abaratamiento de las tarifas de los transportes aéreos han eliminado las distancias. Hoy no existe ya el fin del mundo: Nueva York no está sino a unos 10.000 kilómetros de Madrid, lo que solo representa siete horas de vuelo.

Más seguro que en coche

Por lo demás, se ha vuelto mucho más arriesgado ponerse al volante de un coche un fin de semana que subir a bordo de un Boeing 707. No obstante, en la época en que la mayoría de los aeropuertos occidentales tienen dificultad para acoger un tráfico cada día más intenso, ahora en que los transportes aéreos comienzan a suplantar en algunos países a los demás medios de comunicación, hay personas que sienten tal pánico al avión, que prefieren no viajar sino cuando el viaje es irrealizable por vía terrestre o marítima.

No todos los pasajeros experimentan un terror semejante cada vez que suben a un avión, pero son numerosas las personas que confiesan sentirse oprimidas, angustiadas o incomodadas desde el momento en que el avión en el que están levanta el vuelo.

Esta ansiedad adopta formas diferentes según los temperamentos. Algunas personas sienten malestar durante todo el viaje y particularmente cuando miran al suelo o al mar a través de las ventanillas, otras temen sobre todo el despegue o el aterrizaje, mientras que hay quien se siente aterrado al mejor bache de aire o en los cambios de altitud, pero está relativamente tranquilo durante el resto del vuelo.

Ocurre incluso que algunos futuros pasajeros padecen insomnio, cuando no pesadillas, varios días antes del viaje. Este miedo puede transformarse en verdadero terror en las personas que intentando curarse del mal, rechazan su angustia y se esfuerzan en volar. Cuando ya no soportan más vivir un calvario cada vez que suben a un avión, deciden acudir a un médico: con frecuencia es demasiado tarde. El miedo está tan arraigado en ellos, que cualquier tratamiento resultará ineficaz.

¿Cómo explicar esta fobia? Desde luego, la ansiedad es una reacción natural en una situación que presenta un peligro real e importante; pero, en ese caso, no se debería tomar nunca el volante del coche despreocupadamente. Las estadísticas demuestran que los transportes aéreos son lo más seguros y que arriesga uno la vida mucho más en la carretera durante los fines de semana o al dirigirse en coche al aeropuerto que volando rumbo a Tokio, Casablanca o Moscú.

Por lo tanto, desde el momento en que este miedo a volar no corresponde a un peligro real y cuando no se consigue dominar la angustia aun sabiendo que tomar un avión es en el 99,8% de los casos una garantía de llegar sano y salvo a buen puerto, puede admitirse que ese pánico va más allá del simple miedo a morir. En algunos se trata de una forma claustrofóbica, ya que por confortable y espacioso que pueda ser un avión, sigue siendo exiguo y la perspectiva de pasar varias horas encerrado en él puede resultar insoportable.

La angustia, puede manifestarse de varias maneras: depresión, irritabilidad, jaqueca, vértigos, vómitos, palpitaciones, sincopes, sudores o temblores son los síntomas más corrientes.

Trastornos psicosomáticos

¿Se puede hablar de trastornos psicosomáticos en presencia de tales perturbaciones? Es difícil establecerlo, ya que se ignora si es la angustia la que produce los trastornos o bien es el resultado de las alteraciones físicas.

Sea como fuere, puede decirse, sin temor a equivocarse demasiado, que las variaciones de altitud y de aceleración del aparato, perturban la homeostasia del organismo (sistema regulador del equilibrio). Por los demás, los médicos prefieren aliviar a los enfermos de sus molestias a investigar las causas psíquicas de su angustia.

Antes de iniciar un tratamiento – dice el doctor O’Connor, médico ingles que ha tratado a varios pacientes que sufrían fobia al avión, pasajeros que, a su vez, eran sin saberlo también, pilotos – es indispensable persuadir al enfermo de que volar no es peligroso. Por tanto, todos los enfermos empiezan por iniciarse en algunos principios elementales de aerodinámica que les demuestran que un avión no se mantiene en el aire milagrosamente.

Un tratamiento específico

Una vez que el angustiado está íntimamente convencido de la seguridad técnica de los transportes aéreos, aprende a relajar cada uno de sus músculos, y especialmente los del cuello. Efectivamente, la crispación de éste favorece la tensión psíquica. Estas sesiones de relajación sobre todo al principio, tendrán lugar diariamente durante unos minutos.

El paciente debe ser capaz, después de unos quince o veinte días de relajación, imaginar serenamente la posibilidad de volar.

Esta fase de relajación es, sin duda alguna la más importante del tratamiento, ya que enseña al enfermo a controlarse cuando se siente angustiado. Finalmente, la última etapa consiste en que el sujeto efectúe un vuelo en un avión, sentado junto al piloto. Una vez superada esta última prueba, el paciente será autorizado a sumergirse en el ambiente de los aeropuertos. Desde ese momento empezará la espera de la salida, precedida por los anuncios incesantes: “se ruega a los señores pasajeros con destino a Montreal se dirijan a la puerta de acceso…” o bien “salida inmediata del vuelo…con destino a …”

Si, en medio de estas docenas de falsas salidas, el antiguo enfermo consigue conservar la calma y franquear con la sonrisa en los labios la pasarela de un avión, su recuperación está prácticamente conseguida.

Gracias a esta terapéutica quizá miles de personas puedan tomar el avión con toda serenidad y no estarán ya obligados para superar su angustia, a transformarse en alcohólicos en cuanto se abrochan el cinturón de seguridad. El whisky constituye un estimulante muy favorable, según los cálculos de una compañía aérea británica que en 1970 sirvió 24.000.000 bebidas alcohólicas a menos de 2.000.000 de pasajeros. El doctor O’Connor precisa que el mejor tratamiento es la fuerza de voluntad; que ante todo es necesario querer curarse, es decir volar.

La voluntad pues y el tratamiento adecuado son en todos los casos una solución muy preferible al whisky, una bebida quizá válida para un vuelo Madrid-Barcelona, pero desde luego no recomendable durante un vuelo de tantas horas.

(información extraída de Guía médica familiar, 1994)

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