¿Hasta dónde puede llegar la bulimia?

Etimológicamente “bulimia” significa “hambre voraz”. Pero no hay que confundir a un bulímico que acude a consultar a su médico con un gigante pantagruélico y tragón, con un humor jocoso ante la presencia de manjares suculentos. No se trata tampoco del hombre con estomago de avestruz de los carnavales bávaros, que engulle metros de salchichas y bebe toneladas de cerveza. El bulímico puede ser obeso, pero algunas veces está increíblemente delgado. Actúa solo, sin testigos, como un ladrón.

El miedo a la obesidad

La bulimia que se caracteriza por un impulso irracional, irresistible hacia todo lo comestible, adopta una forma patológica, ya que lleva a la persona a ingerir durante las comidas impresionantes cantidades de alimentos de todo tipo. Funciona el mecanismo fisiológico de la sociedad funcional, pero la persona ávida fuerza la situación hasta los límites de su capacidad. Además, esta crisis no es excepcional y pueden producirse recaídas crónicas “había tomado un desayuno muy completo y estaba lleno. Apenas había pasado una hora y ya me lanzaba hacia el frigorífico y devoraba embutidos, queso y lo que había sobrado de otras veces”. Esta confesión expresa el clásico esquema de estas crisis de repetición.

A no ser por el grado de intensidad, no existe ninguna diferencia en cuanto a su naturaleza con las bulimias ocasionales y menores. Siempre se trata de un estado de ansiedad que provoca una crisis; con la particularidad que aquí la angustia se convierte en obsesión.

En algunas mujeres, este trastorno del comportamiento alimentario se asocia con un problema de obesidad. Sin tener hambre, estas personas se llevan a la boca cualquier cosa, sin distinción: terrones de azúcar, trozos de queso, galletas, frutos secos, curruscos de pan. Están acomplejadas por su morfología y adquieren una corpulencia que se agrava semana tras semana. Dejan de dar importancia a los alimentos y tienen un sentimiento de culpabilidad permanente. Este continuo masticar no lo toman como un capricho. No es precisamente la búsqueda de placeres gustativos lo que las empuja irresistiblemente hacia las reservas de la cocina, sino la transgresión de algo prohibido. Se trata de una prohibición social que está viva en su inconsciente. El ceder a la tentación es al mismo tiempo castigarse a sí misma, exponiéndose a engordar todavía más. Este estado no es demasiado grave, y puede resolverse con un tratamiento de la obesidad bajo un doble aspecto; dietético y psicológico.

Comportamiento de toxicomanía

Hay otro grupo de bulímicos que se encuentran condenados a una situación mucho más dramática. Acuden a consultar a un especialista en nutrición, no porque no se encuentren preocupados por su corpulencia, sino porque su sentimiento de culpabilidad los invade, los obsesiona, les amarga su existencia hasta el punto de impedirles vivir. El sonrojo por su constitución física es menor que el que les producen los propios trastornos de su comportamiento, que se asemeja extraordinariamente a una toxicomanía.

Aunque la monomanía existe en este grupo de bulimias furiosas, la especialización se presenta como cosa excepcional. El impulso, en general, lleva a consumir cualquier cosa. En todos los casos, la persona prueba a evitar estas crisis alejándose de las tentaciones: pode a su familiar que cierre con llave todas las provisiones, que dejen vacío el frigorífico y no pongan nada de dinero a su alcance. Pero, cuando se presenta el estado de crisis, esta persona utiliza cualquier medio y pone en juego una energía increíble para procurarse lo que se siente obligado a llevarse a la boca. No importa que se hayan sacado de casa todos los alimentos prohibidos y tenga que irse a la cama. Esperará que llegue la noche y se dedicará a errar por la ciudad en busca de este alimento. Pero, luego estas personas se someten a un duro tormento al privarse de una alimentación normal, al día siguiente de sus recaídas. Incluso pueden llegar a vivir un desdoblamiento de su personalidad. Sufren más al ceder ante su manía que si se sometieran a una dieta prolongada. La bulimia implica vivir vergonzosamente. Si durante las primeras clandestinidades es muy grande el sentimiento de liberación, inmediatamente da origen a una culpabilidad abrumadora. Esta persona aun no ha acabado de engullir el último bocado, cuando ya se encuentra deprimida totalmente. Las promesas que se hace se desvanecen, porque apabullado por su impotencia, sabe que es inevitable la recaída.

Una psicoterapia del comportamiento alimentario

Cuando la bulimia es tratada dentro del cuadro de una neurosis grave y aun de una psicosis puede pedirse al especialista en dietética que prescriba un régimen apropiado. Si la bulimia no está asociada con una enfermedad mental el experto en nutrición debe hacerse cargo del tratamiento. La situación no siempre resulta fácil de concretar. Los enfermos llegan incluso a imponerse regímenes peligrosos que comprometen su salud al ingerir, entre dos crisis, anorexígenos pura que les dé náuseas y preparados adelgazantes por miedo a la obesidad. Debilitados, angustiados, llegan algunas veces a verse asaltados por ideas de suicidio. “La solución más prudente consiste no en suprimir el alimento al enfermo sino en orientarle hacia alimentos que tengan menos calorías. El verdadero tratamiento es el de la causa”.

Enfermedades rarísimas

Las afecciones orgánicas, muy raras en el hombre, pero que pueden realizarse experimentalmente en los animales de laboratorio, han permitido progresar en el conocimiento de los mecanismos del acto alimentario normal y en sus trastornos. Pero todavía quedan por explicar algunas aberraciones para el médico que las observa y las trata.

El hipotálamo es la sede de los centros del hambre y de la saciedad, que reciben información del cerebro. La regulación se opera en función de la diferencia de concentración de glucosa entre la sangre arterial y la venosa. Esta diferencia tiene por fin el consumo de glucosa por la célula. Cuando ha disminuido el mecanismo del hambre desparece.

Algunas personas chupan bombones sin cesar. Manifiestan una inclinación excesiva por el azúcar. ¿De dónde les viene esta manía? Son victimas de malestares que se traducen por impresiones de debilidad repentina, con algunos pequeños sudores. La absorción de azúcar les alivia casi instantáneamente y adquieren el hábito de tomarlo de manera continuada. Si esta necesidad de azúcar no se viera satisfecha, incluso podrían llegar a perder el conocimiento. Estas personas padecen de insuficiencia de concentración de glucosa en sangre: el estado hipoglucémico puede ser el origen de algunos desmayos observados en la calle: se explican ya sea por un tumor del páncreas, que inunda el organismo de insulina (esto es excepcional), ya sea por el funcionamiento defectuoso del mismo órgano. Es un círculo vicioso: la ingestión de azúcar calma el hambre, pero provoca en las horas que siguen un nuevo estado de necesidad.

Una enfermedad bastante más rara que el tumor del páncreas puede trastornar los mecanismos fisiológicos del hambre: se trata de tumores muy localizados en el hipotálamo. El hambre aberrante, por lo demás, puede ser un factor accesorio dentro de un conjunto de trastornos desencadenados por un tumor cerebral. Pero, en realidad, si existe tal tumor se manifestará por otros síntomas mucho más alarmantes, trastornos oculares y respiratorios, jaquecas atroces, síntomas depresivos. Si una persona se queja de bulimia, y no presenta ningún otro síntoma asociado, el medico no intentará jamás buscar el diagnóstico de un tumor que es en casos raros.

Puede descubrirse ciertas explicaciones orgánicas sobre la “sensación del hambre devoradora”; por el contrario, el mecanismo aberrante de la bulimia con impresión de saciedad aun es un misterio. A la espera de que la ciencia clínica aporte respuestas precisas, el sociólogo se inclina a explicar el aumento de bulimias en nuestra sociedad por el ambiente reinante. Pues es cierto que la evolución de nuestro sistema de vida favorece el acto bulímico. En los países occidentales se han manifestado dos hechos concretos desde hace veinte años.

La manifestación de una super abundancia, de una opción alimentaria tan amplia como no había existido en ninguna otra época. Los alimentos se consumían según la estación y su aparición constituía todo un acontecimiento: su conservación, por otra parte, presentaban algunos problemas, era preciso consumirlos rápidamente. Se comprende que el hecho de que los alimentos se hicieran más accesibles constituyó en sí mismo un estímulo para la bulimia.

El ritual del alimento se encuentra hoy día disociado del de la nutrición. La comida de una familia gruesa, al comienzo de este siglo era todo un ceremonial: los platos se colocaban en la mesa y el apetito aumentaba desde la más tierna infancia amoldado a un plato principal, completado con un postre como recompensa. Hoy día, las comidas no se adaptan al ritual de antaño. Una buena parte de las comidas se toman fuera de horas o bien las personas se alimentan directamente tomando manjares del frigorífico. La cuestión de saber si es razonable o educado el servirse por segunda vez o repetir un mismo plato, cada vez se tiene menos en cuenta.

Desaparecen también los tabúes alimentarios. Entre las personas de cierta edad, uno de los acontecimientos más significativos de su infancia fue el coger a hurtadillas un paquete de caramelos, un pastel. Los jóvenes que en 1973 tenían veinte años no conciben cómo un alimento azucarado pudiera estar encerrado en un armario, ser algo prohibido y excitar la ansiedad.

 

(extraída información de El médico informa, 1973)

 

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