Trastorno Destructivo

¿La violencia en televisión tiene efectos sobre el niño?

No existe ninguna investigación que por sí sola haya demostrado suficientemente que la violencia televisiva engendre comportamientos agresivos en el niño. Sin embargo, la convergencia de numerosas investigaciones al respecto es tan abrumadora que se puede afirmar que bajo determinadas condiciones, la violencia televisiva puede influir sobre el ulterior comportamiento agresivo del telespectador. Para muchos la conexión entre la violencia televisiva y la conducta agresiva ha sido establecida más allá de una duda razonable. Aunque en algún caso se habla de esta relación en términos de conexión causal, los investigadores suelen utilizar términos más matizados como efectos establecidos bajo ciertas condiciones. Ello significa que hay un efecto facilitador pero no determinista. Niños sometidos a televisión violenta pueden no manifestar esos efectos perniciosos. La investigación ha señalado, entre las variables facilitadores, unas ligadas al sujeto y otras al contexto. Para cada caso se tratará pues de analizar qué factores facilitadores están presentes, si lo que se presente es evaluar el eventual efecto sobre la conducta final del niño. Los mayores efectos de la violencia en televisión pueden situarse en las siguientes ocho categorías: Desplazamiento de otras actividades saludables Moldeamiento de conductas inapropiadas Desinhibición Desensibilización Distorsión Aumento del arousal agresivo Asociación con conductas de alto riesgo Afectar al estilo de ensoñaciones Desplazamiento de otras actividades saludables. Por ejemplo, en lugar de mostrar al niño una conducta de juego y colaboración con otros niños, le induce otra de lucha que desplaza a la anterior. Al mismo tiempo, ver mucha televisión de tipo violento produce una reducción del juego en general y del juego dramatizado en particular, en el que el niño despliega su imaginación y creatividad mediante la acción de la que es guionista, director y actor Modelamiento de conductas inapropiadas. Por ejemplo, un niño que quiere molestar a su hermano ve en televisión un acto violento que le sugiere la manera de hacerlo. Desinhibición. Hacer algún acto violento al que antes no se atrevía porque, según su manera de razón, si en la tele lo hacen yo también puedo hacerlo. Es una manera de atribuir la justificación y responsabilidad del propio acto a la televisión. Desensbilización. Ver a alguien pegando brutalmente a otra persona puede producirle menos pena Distorsión. Incrementar las percepciones del espectador de vivir en un mundo peligroso del que hay que defenderse. Aumento del arousal agresivo. El programa agresivo puede hacer que al provocar que aumente el nivel de arousal o activación cortical del niño, éste reaccione más violentamente ante una contrariedad de lo que le hubiera hecho antes de ver el programa, cuando su nivel era más bajo Asociación con conductas de alto riesgo. El niño ha visto a un personaje luchando con otro con cuchillos. Sale ileso y le parece fácil manejarlo. Decide jugar con un amigo suyo y con cuchillos de verdad porque seguro que no pasa nada y es más divertido. Afectar el estilo de ensoñaciones. En un estudio a lo largo de un año con niños entre 8 y 11 años, aquellos que veían programas dramáticos violentos tenían ensoñaciones en las que dominaban los héroes agresivos, mientras que aquellos que veían programas no violentos presentaban ensoñaciones cada vez más positivas a medida que discurría el año. ¿La violencia afecta igual a todos los niños? La respuesta es no. La misma violencia que aparece en televisión puede afectar mucho, algo o poco a diferentes niños dependiendo de algunas variables como las siguientes: Predisposiciones a la violencia. Los chicos propensos a la violencia o que presentan conductas delincuentes en la vida cotidiana ven mucha televisión violenta o presentan niveles de agresividad previos y tienen mayor probabilidad de ser influidos por la violencia televisiva trasladándola a su comportamiento en su entorno. Hay determinados periodos críticos para fortalecer esta relación violencia-conducta agresiva. Así, en un estudio longitudinal se pudo comprobar que aquellos jóvenes que mantenían conductas agresivas habían mostrado preferencias por la violencia televisiva cuando tenían 8-9 años. La violencia televisiva puede afecta tanto a chicas como a chicos, aunque estos últimos suelen presentar mayores índices de violencia, sobre todo con relación a series de lucha como Power Rangers. La estructura de la personalidad es un buen indicador de la eventual inclinación del niño a percibir o ignorar la violencia televisiva. La violencia televisiva influye sobre la forma en que el superyó se construya La actitud hacia la violencia es también otro factor que indica la forma en que el niño será o no influido por la violencia televisiva. No parece haber correlación significa entre el nivel de inteligencia y el de agresividad. Ello quiere decir que el niño no manifiesta más o menos agresividad si es más o menos inteligente. Puede ser muy agresivo y poco inteligente. Puede ser muy agresivo y muy inteligente. El grado de agresividad depende pues de otras causas La cantidad de televisión a la que se expone el niño influye sobre su evaluación de la violencia que ve.   (Información extraída de Mi hijo y la televisión / Jesús Bermejo Berros, 2006)  

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Características de la ira en el niño

Las características expresivas de la ira son muy conocidas: la frente deprimida, mejillas levantadas, boca abierta mostrando los dientes y ojos abiertos, aunque realmente la posición de los ojos es muy cambiante puesto que se pueden apretar  o distender los parpados y fruncir o no el ceño. Otros autores han recogido otra serie de gestos típicos: descenso de las cejas, tensión y estrechamiento de la abertura de los parpados, aleteo de las ventanas nasales, abertura de la boca mostrando los dientes. Todos estos gestos parecen adecuados para preparar al sujeto para el ataque. La posición de los ojos mejoraría la agudeza visual, el movimiento de la nariz, la ingestión de oxigeno y la posición de la boca intimidaría al oponente. La expresión de ira es evolutiva, se ha descrito la pauta corporal de la cólera en el bebé: luchar, agitarse o llorar. A partir de los 18 meses la ira se manifiesta con movimientos faciales, corporales, cierto tono de voz y expresiones verbales en los que se imita la conducta paterna en tales ocasiones. En niños entre 18 y 60 meses se han listado estas conductas relacionadas con la ira: arquear la espalda, estirar las piernas, tirarse al suelo, gritar, chillar, llorar, empujar, pegar, pellizcar, dar patadas, tirar cosas, correr alejándose, morder, pinchar, arañar, tirar del pelo, etc. En los niños más mayores: chillar, dar patadas, arañar, morder, hablar rápido y entrecortado, insultar, ojos brillantes y en casos muy extremados, temblores. Las pautas expresivas son aquí muy próximas a las de otras emociones negativas tales como la incomodidad y el dolor. Solo difieren en la posición de los ojos, que en las dos últimas permanecen cerrados y contraídos, mientras que en la ira están abiertos. Los estudios de Izard et al. (1987), filmando niños de 2 meses en situación de ponerse una inyección, han mostrado que los sujetos responden con expresión de dolor en un 41% de casos y con expresión de cólera en el 36%; sin embargo, a medida que los niños crecen (18 meses) aumentan las respuestas de cólera 54% y disminuyen las del dolor 13%. Los mismos resultados los encontramos también en los trabajos de Stenberg y Campos (1990) y Camras (1980). Esto ha llevado a pensar que entre el dolor y la ira parece haber más diferencias cuantitativas que cualitativas, sobre todo en los primeros meses. La ira es una emoción muy común en los niños. En la famosa encuesta de Lapouse y Monk (1959) llevada a cabo sobre 482 niños de la población general, entre 6-12 años, aparecía que los ataques de ira ocurrían en un 10% de la muestra. La duración de los episodios de ira es variable. Se estima que la intensidad es un modulador de la duración ya que a mayor intensidad se asocia una mayor duración del episodio. La duración media de un ataque de ira en un niño se estima entre 5 a 15 minutos aunque puede ser mucho más corto o también mucho más largo. Las rabietas infantiles son un ejemplo de estos accesos. Cuando se cronometra una rabieta en edad preescolar se encuentra una variabilidad altísima. Algunos especialistas han encontrado unos valores promedio de 23 segundos, mientras que para otros la duración podía oscilar entre 1 minuto y 75 minutos. Otros estudiosos encuentran medias de 4,7 minutos en niños entre 18 y 60 meses. Las conductas asociadas a los ataques de ira parecen tener un patrón constante. Conductas como pegar, empujar y tirar cosas suelen darse al comienzo del episodio, en sus primeros 30 segundos, mientras que el llorar se produce ya en el medio del episodio. (Información extraída de Emociones infantiles: evolución, evaluación y prevención / María Victoria del Barrio, 2002)

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¿Cómo debe actuar profesorado ante incidente agresivo en el aula?

Con frecuencia, los profesores de un colectivo, ante un mismo incidente agresivo, opinan de muy diferentes maneras, configurando un amplio abanico de respuestas; así, nos encontramos con un pequeño grupo que rara vez lo califica de problemático; otros, incluso apuntan que una dosis de agresividad entre los escolares es necesaria para formar adultos capaces de “hacerse” con el mundo social en que vivimos y por el contrario, los hay que asumen gran parte de responsabilidad en estas situaciones y les atribuyen una gran dosis de gravedad. Para aproximarnos a las creencias del profesorado, podemos de manera informal, recabar su opinión sobre las situaciones bullying en su centro educativo, si cree que se dan y en qué medida, si perciben que son frecuentes y qué formas suelen adoptar, etc. Además, solicitar qué respuestas sugieren como posibles estrategias para su detección e intervención en su caso. Para promover la reflexión se pueden utilizar algunas encuestas, como la del texto Conductas agresivas en la edad escolar (Cerezo, 1997). Se trata, de proporcionar algún tipo de ayuda que permita la reflexión del colectivo de profesores, en primer lugar con carácter individual y después fomentar la puesta en común y el debate en grupo. La finalidad de estas reflexiones en grupo es conseguir que todos expresen su opinión y que traten de aunar criterios hasta llegar a una definición operativa y valida común para todo el profesorado. Dan Olweus, en su trabajo titulado Bullying at school (1993) publicado en castellano bajo el titulo Conductas de acoso y amenaza entre escolares en 1998, propone una guía para la identificación de posibles víctimas y bullies en el marco escolar. Posibles indicadores para identificar al alumno victima Primaria: son llamados por motes, ridiculizados, intimidados, degradados, dominados se ríen de ellos de forma poco amigable sufren agresiones fiscas de las que no pueden defenderse se involucran en peleas donde se encuentran indefensos su material suele presentar deterioro provocado y pierden con frecuencia pertenencias de manera inopinada presentan arañazos y otras muestras evidentes de lesión física Secundaria: están a menudo solos y excluidos del grupo son los peores en los juegos o trabajos en grupo tienen dificultad para hablar en clase y dan la impresión de ser inseguros aparece depresión, infelicidad, distracción muestran un gradual deterioro del interés por el trabajo del colegio Algunas características generales de los posibles victimas físicamente débiles preocupados por ser heridos; inefectivos al realizar actividades físicas; poca coordinación física son sensibles, callados, pasivos, sumisos y tímidos; lloran con facilidad presentan dificultades de asertividad se relacionan mejor con quienes son menores que ellos normalmente tienen un nivel académico bajo Victimas provocativas Normalmente son chicos con patrones agresivos de respuesta: presentan un temperamento fuerte y pueden responder violentamente cuando son atacados o insultados suelen ser hiperactivos y tienen dificultades de atención y concentración con frecuencia provocan situaciones tensas suelen ser despreciados por los adultos, incluido el profesor a veces intentan agredir a los estudiantes débiles También podemos recurrir a pequeños cuestionarios sobre indicadores de maltrato infantil en los centros escolares, como el que recoge el Protocolo de Actuación ante el menor maltratado que presenta el Servicio del Menor. Entre ellos factores a considerar incluye indicadores comportamentales o emocionales como los siguientes: Persistente asistencia irregular o faltas a clase Muestra temor al salir de clase y vuelve solo a casa en edad inadecuada No se integra o es rechazado por sus compañeros aduciendo elementos de su aspecto físicos En ocasiones, se muestra agresivo sin motivo aparente Descuida el material escolar Parece triste, ensimismado, aislado Presenta cambios frecuentes y bruscos en su estado de animo Sufre miedo o fobias sin explicación aparente Muestra conductas regresivas: descontrol de esfínteres, trastornos alimentarios, de sueño, etc. Desde el otro lado, cabe observar el comportamiento de aquellos alumnos que muestran cierta propensión a agredir. Es evidente que la edad del agresor será un factor importante a considerar, pero la conducta violenta contra personas o propiedades, la mentira, el robo y la desobediencia, aunque puede conceptuarse de manera diferente en función de la edad del adulto, siempre deberían considerarse antisociales ocurran cuando ocurran. La amplitud de situaciones que podemos calificar en actos antisociales unida a la varianza que introduce el factor redad, añaden dificultad para definir las conductas agresivas e identificar a los alumnos agresores. Aun así, algunas características pueden ayudaros a su definición. En primer lugar, la frecuencia y la intensidad de las conductas. Si un determinado comportamiento es infrecuente en el repertorio de un alumno y no conduce a daños ni lesiones, facilita que disminuya su significación para los adultos, es decir, no se le dará importancia y por tanto no se calificará de agresión. Así pues, la frecuencia y las consecuencias de la conducta son características que contribuyen a que un comportamiento se identifique como problemático o no. La identificación también depende de la gravedad de los hechos. Así, dar un empujón a un compañero podría considerarse dentro de una categoría de agresividad baja, mientras que atacar a un compañero con un arma podría ser una forma más severa de conducta agresiva. Llega un momento en que es probable que una diferencia cuantitativa pase a tener una consideración cualitativa, es decir, que en un determinado momento deja de ser considerada como leve y pasa a ser considerada grave. En el caso de la conducta agresiva, esto suele ocurrir cuando resulta peligrosa, frecuente y se torna ingobernable. Algunos indicadores que pueden alterarnos ante un posible alumno agresor: Posibles indicadores para identificar al alumno bully Agreden, intimidan, ponen motes, ridiculizan, golpean, empujan, dañan las pertenencias de otros estudiantes, etc. Dirigen sus agresiones a estudiantes débiles e indefensos. Pueden tener seguidores que realizan el trabajo sucio mientras ellos organizan El bullying entre las chicas es menos visible y mas rebuscado; se dedican a expandir rumores y a manipular las relaciones entre amigos en la clase Algunas características especificas del alumno bully Físicamente fuertes, mas mayores o de igual edad Necesitan dominar, tener poder y sentirse superiores Con fuerte temperamento, fácilmente enojables, impulsivos y

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La diferencia entre el perdón y otros conceptos

Cuando se menciona el perdón por primera vez, puede parecer algo extraño e inaceptable. Para ayudar, suele ser útil distinguir el perdón de otros conceptos relacionados pero diferentes. El procedimiento puede contemplarse como una modalidad de entrenamiento en discriminación cognitiva. A través de la discusión, a los pacientes se les enseña a diferenciar el perdón de otras posibles reacciones frente a una ofensa. La diferenciación de las siguientes palabras y conceptos de cara a los pacientes son las siguientes: Aceptar. Esta palabra implica indiferencia y una falta de motivación para cambiar los aspectos aversivos del mundo que nos rodea. Por contraste, el perdón deja abierta la opción de luchar por el cambio. Por ejemplo, perdonar la conducta de unos estudiantes que copian en los exámenes, no implica aceptar el copiar como algo inevitable. Los educadores que perdonan no dejan por ello de querer cambiar las condicionar para minimizar la probabilidad de que los estudiantes vuelvan a copiar en el futuro. De forma similar, perdonar a un niño que enciende un fuego o que pega a otros niños del vecindario no implica indiferencia ante tales conductas. Disculpar. Esta palabra implica minimización. Los pacientes pueden decir cosas por estilo de “tampoco es tan importante que mi mujer se gastara todo nuestro dinero en las maquinas tragaperras. En el fondo es una buena persona y me consta que no volverá a hacerlo” o “Así que cada vez que bebe se pone a darme gritos. Pero hay cosas mucho peores en la vida. Por lo menos sigue trabajando y nos mantiene, y jamás me ha puesto la mano encima. De modo que, en el fondo no es para tanto”. Perdonar es muy diferente e disculpar sin más. Perdonar implica admitir que las conductas son negativas. Perdonar no implica minimizar los problemas, ni tampoco ignorar la necesidad de buscar soluciones. Adoptar una postura neutral. Esta palabra implica que no hay que tomar ningún partido en los conflictos. No podemos esperar que las víctimas sean neutrales frente a las acciones de los terroristas, dictadores y demás malhechores. Sus acciones provocaron mucho sufrimiento y la neutralidad puede acarrear más problemas en el futuro. Las victimas están del lado contrario de los ofensores, ya se trate de la discriminación en el trabajo o de los crímenes reiterados de los asesinos en serie y puede que se precisen fuertes medidas para erradicar tales soluciones. Los partidos están tomados de antemano, pero es la victima quien elige perdonar al ofensor. Olvidar. Douglas sirve de ejemplo para explicar este caso, él murió en un estúpido accidente de coche hace más de 35 años. El perdón ha permitido introducir un cambio en el centro de atención. En lugar de recordar obsesivamente la inapropiadisima conducta del conductor temerario que provocó el accidente, los recuerdos se centran ahora en los buenos momentos con Douglas. Los recuerdos del accidente y las ideas de culpabilización son ahora menos frecuentes que cuando ocurrieron los hechos. Justificar. “Es el alcohol lo que hace que se ponga así. En el fondo me quiere y en realidad no es él quien me pega. Es como si lo hiciera otra persona”. Si bien el perdón implica el análisis de las causas de la conducta, no supone una justificación de los actos aversivos de los demás. Tranquilizarse. Es muy útil, pero no es sinónimo de perdonar. Parte del perdón, incluye la conciencia de que en la vida existen conflictos y de que disponemos de procedimientos legales para resolver las disputas. Perdonar implica dejarlo estar en el sentido de reducir la alteración fisiológica, cambiar de actitud y permitir que otros nos ayuden a zanjar la disputa de una forma justa. El perdón forzado, las treguas y el pseudoperdón. El autentico perdón implica un proceso de análisis y de reestructuración cognitiva por las partes ofendidas. El deseo de justicia, de compensación y de sentirse bien. La justicia retributiva supone que una víctima se sentirá bien únicamente cando haya podido llevar a cabo algún tipo de revancha. Por contraste, el perdón no es un arreglo del tipo de un quid pro quo. No exige una compensación de entrada. De hecho como dijo Gandhi: “Si llevamos a la práctica el ojo por ojo y diente por diente, pronto el mundo se quedará ciego y sin dientes”. El perdón puede o no conducir a sentirnos bien. Y dado que el perdón es un proceso que requiere tiempo, el sentirnos bien puede crecer y decrecer. Desgraciadamente, la justicia, las compensaciones económicas y demás formas de compensación, junto con la satisfacción que generan, no nos devolverán al ser amado muerto por un conductor borracho o al amigo que murió en el atentado contra las Torres Gemelas. Además, aunque algún bienestar transitorio pueda extraerse ciertamente del hecho de ver sufrir a una antigua pareja, ello no reparará la relación sentimental del paciente. Perdonar significa, algo más y algo diferente de sentirse bien y recibir una compensación. A propósito de las víctimas de la tortura procedentes de otros países, Gorman (2001) escribió: “cuando los supervivientes refugiados se deciden a hablar de sus muchas pérdidas traumáticas, también deben afrontar la toma de conciencia de que puede que no haya ninguna respuesta o compensación adecuada a las atrocidades perpetradas contra ellos”. Al mismo tiempo, renunciar a la agresividad, el resentimiento y las fantasías de venganzas no significa renunciar al deseo de justicia. El ofensor continuo siendo responsable de sus crímenes. Condenar. El perdón no se deriva de un sentido de condena, que da por sentada la culpabilización y la censura. La actitud de la persona que condena puede ser algo así como: “A fulano le trae todo absolutamente sin cuidado y se merece saber lo mucho que me hirió ¡no tiene corazón!”. Este supuesto perdón refleja un sentido de la superioridad moral que está ausente en el perdón autentico.   (Información extraída de El manejo de la agresividad manual de tratamiento completo para profesionales Howard Kassinove, Raymond Chip Tafrate, 2005)  

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Características psicológicas de los violadores ¿cómo son?

Los violadores no son menos inteligentes ni están más enfermos mentalmente que otras personas. Muchos violadores no muestran evidencias de trastorno psicológicos. Esto no quiere decir que su conducta sea normal. Quiere decir que la mayoría de los violadores controlan su conducta y saben que es ilegal. Algunos violadores se sienten socialmente inadaptados y confiesan que no son capaces de encontrar parejas dispuestas. Algunos carecen de habilidades sociales y evitan las interacciones sociales con las mujeres. Sin embargo, otros no son menos hábiles socialmente que los no violadores en el mismo grupo socioeconómico. Algunos violadores son básicamente antisociales y tienen largos historiales de conducta violenta. Tienden a actuar según sus impulsos, sin tener en cuenta la costa para la persona a la que atacan. El uso del alcohol también puede amortiguar el autocontrol y espolear la agresividad sexual. Para algunos violadores, la violencia y la excitación sexual están imbricadas. Así pues buscan combinar sexo y violencia para aumentar su excitación sexual. Algunos violadores se excitan más que otros hombres con las descripciones verbales o los videos que describen violaciones. Sin embargo, otros investigadores han fracasado en el intento de encontrar patrones de excitación desviados en los violadores. Estos investigadores encuentran que los violadores como la mayoría de otras personas, se excitan mas con los estímulos provocados en una actividad sexual mutuamente consentida que con los estímulos que reciben en una violación. Los estudios realizados con violadores encarcelados pueden criticarse basándose en que no representan a la población total de los violadores. Se estima que menos del 4% de los violadores son detenidos y eventualmente privados de libertad. La mayoría de las violaciones son cometidas por conocidos de la víctima y éstos aun tienen una probabilidad menor de ser arrestados, condenados y encarcelados. Para compensar este problema metodológico, los investigadores han intentado el método de estudio según el cual hombres que conservan su anonimato confiesan haber mantenido conductas sexuales coactivas, incluyendo la violación, y no haber sido identificados por el sistema judicial criminal. Harney y Muehlenhard (1991) resumieron los hallazgos de los investigadores sobre hombres que se declaran sexualmente agresivos. Estos presentaban las siguientes características: Perdonan la violación y la violencia contra las mujeres Mantienen actitudes tradicionales de rol de genero Son experimentados sexualmente Son hostiles hacia las mujeres Mantienen la actividad sexual para expresar dominio social Se excitan sexualmente con las descripciones de violaciones Son irresponsables y carecen de conciencia social Tienen grupos de amigos, como fraternidades, que les presionan hacia la actividad sexual Los móviles de los violadores: la búsqueda de los tipos Aunque la excitación sexual es un elemento obvio e importante en una violación, algunos investigadores argumentan que el deseo sexual no es la motivación básica para la violación. Otros investigadores encuentran que la motivación sexual juega un papel clave en las violaciones en las citas y por conocidos. Basándose en el trabajo clínico con más de 1000 violadores, Groth y Birnbaum proponen tres tipos de violación: violación por cólera, por poder y sádica. Violación por cólera. Es un ataque vicioso y no planeado que se activa por la cólera y el resentimiento hacia las mujeres. El violador por cólera normalmente emplea mas fuerza de la necesaria para obtener la sumisión. Sus víctimas a menudo son obligadas a cometer actos degradantes y humillantes. Típicamente, el violador por cólera confiesa haber sufrió humillaciones de manos de las mujeres y utiliza la violación como un instrumento de venganza Violación por poder. El hombre que comete una violación por poder está motivado por el deseo de controlar y dominar a la mujer que viola. La recompensa sexual es secundaria. El violador por poder está intentando resolver dudas que le perturban acerca de su identidad sexual y valía o combatir sentimientos profundamente arraigados de inseguridad y vulnerabilidad. Violación sádica. Realiza un ataque salvaje y ritualizado. Algunos sádicos atan a sus víctimas y la someten a experiencias y amenazas humillantes y degradantes. Algunos torturan o asesinan a sus víctimas. La mutilación es común. Groth (1979) estima que el 40% de las violaciones son violaciones por cólera, el 55% por poder y el 5% sádicas.   (Información extraída de Sexualidad humana / Spencer A. Rathus, Jeffrey S. Nevid, Lois Fichner-Rathus; traducción, Roberto Leal Ortega; revisión técnica, prologo y adaptación, Félix López, 2005)  

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Las rabietas en el niño

Pedir, reclamar, exigir implican en el niño un mínimo de agresividad. El pequeño tiene a veces ataques de rabia. Grita, patalea, se debate en todos los sentidos cuando no obtiene lo que desea. Entre los dos y tres años, el niño se vuelve más antagónico, más irascible. Algunos atacan a otros niños, muerden, arañan, tiran de los cabellos. Después, hacia los cuatro años, el niño que muerde se calma. Expresa su agresividad a través de las palabras y menos a través de gestos. Generalmente, los niños son más agresivos que las niñas, rivalizando en imaginación cuando inventan juegos violentos. Afortunadamente, con la edad, se instala cierta moderación. Desafortunadamente para los padres, algunos niños continúan mostrándose irascibles. Pegan a sus compañeros y a veces a los adultos, rompen todo lo que cae en sus manos, sus juguetes y los de los demás, ante la más mínima contrariedad. Son niños que, según los psiquiatras, no soportan la frustración. En algunos casos de gran intolerancia a la frustración, el niño puede entrar en verdaderas crisis de rabia por el más mínimo motivo, como por ejemplo porque no encuentra un juguete que está buscando. El niño empieza a dar puñetazos, patadas a diestro y siniestro y a veces acaba por dañarse a sí mismo, por ejemplo golpeándose la cabeza contra la pared. Nos podemos imaginar hasta qué punto tales explosiones de cólera pueden dejar a los padres desconcertados. Cuando un niño va haciéndose mayor y no se calma, cuando tiende a ponerse en posiciones extremas por una simple advertencia o reprimenda, podemos hablar en estos casos de trastorno del comportamiento. Al hacerse mayor, si los trastornos del comportamiento persisten, habrá otras incidencias. Al niño le costará mucho adaptarse a normas sociales y por lo tanto a integrarse en la escuela, relacionarse con otros niños, hacer amigos o expresar sus emociones tanto si son positivas como negativas. Le costará proyectarse en el tiempo, expresado solo deseos momentáneos. Frágil, poco seguro de sí mismo, será incapaz de cuestionarse o asumir la responsabilidad de una falta. Muy dependiente de su entorno, buscará el conflicto permanentemente, como si quisiera castigar a su entorno por su propia falta de autonomía. En algunos niños, el dominante ansioso estará también presente, pudiéndose traducir en trastornos obsesivos, fobia escolar, la aparición de tics, etc. Algunas formas de trastorno del comportamiento no se manifiestan de entrada mediante la agresividad sino a través de una inhibición muy fuerte. El niño se encuentra la mayor parte del tiempo en un estado amorfo, evita las relaciones con los demás. De inteligencia normal, sin embargo, fracasa en la escuela, como paralizado cuando tiene que esforzarse en pensar. El niño se muestra muy dependiente de su entorno. La clasificación americana de las enfermedades distingue diferentes tipos de trastorno del comportamiento: los trastornos del comportamiento con hiperactividad, falta de atención, impulsividad, los trastornos del comportamiento en los que el niño infringe sistemáticamente las normas y reglas sociales, tanto en casa como en la escuela y los trastornos del comportamiento en los que el niño se muestra particularmente hostil y desafiante. Una última categoría, el trastorno explosivo intermitente que designa cóleras patológicas en las que el niño es incapaz de resistirse a impulsos agresivos espectaculares, totalmente desproporcionados con respecto al factor desencadenante. Estos trastornos coexisten con trastornos de conducta y trastornos de oposición. ¿Cuántos niños padecen un trastorno del comportamiento? Los trastornos del comportamiento son uno de los motivos más frecuentes de consulta en psiquiatría infantil. El trastorno oposicionista con desafío afectaría del 2 al 10%, incluso al 16% de niños y adolescentes de la población general. Antes de entrar en la pubertad, son más los varones que las niñas, más o menos dos niños por niña, los que padecen este tipo de trastorno. Pero pasada la pubertad, la tendencia es a la inversa. No existen estudios sobre el trastorno explosivo intermitente en el niño. Es más frecuente que este tipo de trastorno empiece en la adolescencia con un predominio masculino. El trastorno de la conducta es uno de los diagnósticos mas establecidos en los servicios de psiquiatría. Resulta difícil dar cifras, en razón de los métodos de evaluación utilizados que pueden variar de un servicio a otro. Además, los niños y los adolescentes se contabilizan casi siempre juntos, aunque exista una diferencia notoria entre los trastornos que aparecen en la infancia o en la adolescencia. Según los estudios se estima que del 6 al 16% de varones menores de dieciocho años padecen un trastorno de conducta y en niñas en la misma franja de edad solo del 2 al 9%. El reparto proporcional es de cinco varones por una niña. La proporción de niños es mucho más elevada antes de los diez años de edad. ¿Por qué algunos niños son más violentos que otros? Pueden ser varias las causas que expliquen un comportamiento agresivo, incluso auto agresivo. Frecuentemente se menciona el carácter. Mi hijo pequeño tiene un carácter de mil demonios mientras que los otros son más manejables dicen a veces los padres. El carácter, aunque puede entrar en la comprensión del niño, no justifica todo el trastorno. El hecho de que un niño continúe mostrándose violento mas allá de los cinco, seis años puede ser debido a ciertas carencias educativas, como por ejemplo la falta de autoridad por parte de los padres, por una permisiva excesiva o a la inversa por una actitud demasiado rígida que predispone al niño. En algunos casos, un cambio de actitud, una organización familiar diferente podrán aportar una ligera mejora. En otros casos, la actitud de los padres y el contexto educativo no son la causa. Algunos niños al hacerse mayores siguen mostrándose agresivos, incapaces de hacer amistad con otros niños, de adaptarse al marco escolar, de respetar un mínimo de reglas y disciplinas, sin que el origen de este trastorno sea realmente explicable. Estos niños tienen un fracaso escolar masivo y están en oposición constante con cualquier forma de autoridad. La causa de estos trastornos es multifactorial. La agresividad puede ser

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La respuesta de ataque o fuga

La respuesta de ataque o fuga está muy desarrollada y a lo largo de la historia nos ha ayudado a adaptarnos a un mundo hostil y a asegurarnos la supervivencia fisca. Esta respuesta también puede observarse fácilmente en otros mamíferos. Por ejemplo, antes de que un animal se decida a huir de un oponente mas fuerte, primero puede ofrecer un espectáculo agresivo y bravucón. Antes de batirse en retirada puede sisear, cambiar de color, ponerse erecto, dar zarpazos en el aire o bufarse. Estos gestos amenazadores pretenden ahuyentar al oponente. Podemos ver fácilmente el equivalente en la persona agresiva que grita, enrojece, se endereza y se inclina hacia adelante, señala con el dedo al blanco de su agresividad y dice cosas tales como: ¡Mas te vale que te andes con cuidado! Cuando la supervivencia fisca está en peligro, esta reacción constituye un sistema de respuesta de enorme importancia. La respuesta de ataque o fuga provoca una liberación de adrenalina y de otras hormonas asociadas al estrés. La respiración, el consumo de oxigeno y la vigilancia se incrementan, y el organismo se siente fuerte. Ganamos fuerza y empuje que pueden conducirnos o no a comportarnos sabiamente. Por ejemplo, cuando en la oscuridad de la noche tropiezan con un atracador que podría causarles un grave daño físico, las víctimas potenciales experimentan esta reacción cognitiva, conductual y fisiológica intensa y concebida con el propósito de ayudar a identificar una respuesta apropiada. Ahora bien, en el caso de los seres humanos de hoy en día tal vez la respuesta más apropiada no sea el ataque ni la fuga. Las autoridades suelen recomendar que nos limitemos a entregar el dinero y nos libremos así del posible daño físico. La respuesta de ataque o fuga también puede activarse cuando observamos que la supervivencia física de otras personas se está viendo amenazada. Por ejemplo, en tiempos de guerra la respuesta de ataque o fuga puede conducir al heroísmo, como cuando decidimos proteger y defender vidas humanas y valores colectivos a los que concedemos mucha importancia. Pero también puede conducir a la propia destrucción en un esfuerzo por proteger al grupo, como cuando una persona arriesga su seguridad para intervenir en una gresca o en un robo. En términos generales la respuesta de ataque o fuga constituye un vestigio de necesidades pasadas. La mayoría de los desencadenantes aversivos a los que nos enfrentamos no suponen una amenaza para la supervivencia fisca. Aunque ciertamente se cometen crímenes contra las personas, los pacientes tratados por la mayoría de los profesionales suelen encontrarse con desencadenantes que amenazan a la supervivencia social. Los desencadenantes suelen ser del tipo de tener una discusión verbal, ser objeto de bromas, abandonar nuestro asiento preferido en el teatro a requerimiento de otras personas, ser objeto de un escupitajo por parte de un compañero de instituto y observar a otros conductores, a los amigos, a los compañeros de trabajo o a los familiares comportarse de una forma inadecuada. Solo raramente los modernos desencadenantes amenazan nuestro bienestar físico y solo raramente nos vemos obligados a recurría a una reacción intensa de ataque. Los desencadenantes de hoy en día tales como los insultos verbales o el hecho de ser ignorado en una fiesta, con frecuencia suele ser activar una intensa reacción de ataque o fuga exactamente igual que si la supervivencia física estuviera amenazada. Son muchos los pacientes agresivos que despotrican de la desgracia social como si la propia supervivencia dependiera de que los acontecimientos  se desarrollasen tal y como estaba previsto. Además de los efectos negativos sobre el cuerpo del paciente derivado del aumento de la activación fisiológica, es útil enseñarles a los pacientes que en la sociedad actual la reacción de ataque o fuga suele ser contraproducente de cara a encontrar una solución a largo plazo al problema en cuestión. De hecho, no podemos ni luchar ni huir ante muchos de los desencadenantes cotidianos. Cuando tropezamos con un jefe, compañeros de trabajo, vecinos o unos hijos aversivos, en realidad disponemos de pocas opciones salvo controlar nuestras reacciones y encontrar soluciones que no impliquen el ataque ni la fuga. En la mayoría de los casos, pegar o salir corriendo no hará más que agravar los problemas. En el caso de los pacientes agresivos, los desencadenantes aversivos de la sociedad actual siguen conduciendo a la plena activación de la respuesta de ataque o fuga y provocando agresividad, discusiones, agresión, hipervigilancia, secreciones hormonales, tensión muscular y aumento de la reactividad. Ello conduce a su vez a una serie de reacciones conductuales que suelen ser contraproducentes de cara a encontrar una solución al problema. Junto con las cogniciones/verbalizaciones y las manifestaciones conductuales agresivas, los pacientes con una agresividad excesiva suelen comunicar síntomas de activación físicas tales como tensión muscular y aumento del ritmo cardiaco y de la respiración, sudoración e hipervigilancia. La activación agresiva le impide al paciente identificar las opciones apropiadas frente al desencadenante interpersonal o social. Dicha activación no solo inhibe la conducta motriz efectiva sino que inhibe igualmente la claridad de pensamiento. De hecho, nadie querrá ser el paciente de un dentista o de un cirujano agresivo y sumamente alterado. Ni tampoco querríamos que un presidente de la nación agresivo y sumamente alterado negociara tratados internacionales en los que se jugará un importante beneficio para el país. Las habilidades motrices y la capacidad de juicio se ven ambas afectadas por la agresividad. De cara a solucionar la mayoría de los problemas sociales, los pacientes pueden aprender a reducir sus pensamientos desadaptativos y conductas reactivas de base agresiva y sustituirlos por pensamientos y actitudes que tengan menos probabilidades de conducir a la agresividad. Pero ello no constituye una tarea fácil cuando el cuerpo está sumamente activo y lleno de hormonas de ataque o fuga y cuando los músculos están tensos y/o la respiración es excesiva. A los pacientes siempre les resulta difícil llevar a la práctica nuevas estrategias, pero especialmente cuando el nivel de activación física es elevado. Así pues, un primer paso para reducir la agresividad consiste

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El desarrollo del vocabulario emocional ante la agresividad

La agresividad es una experiencia objeto de una etiquetación subjetiva. Es una palabra que utilizamos para identificar nuestros pensamientos, nuestras respuestas fisiológicas y nuestras reacciones conductuales. Deberíamos utilizar palabras diferentes para identificar diferentes sentimientos, intensidades e incluso duraciones. Desgraciadamente, los pacientes suelen etiquetar inadecuadamente sus estados emocionales. Pueden clasificar erróneamente de agresividad o enfurecimiento niveles de activación pasajeros y leves, como el enfado. Otro de los problemas aparece cuando los pacientes utilizan categorías con significados menos específicos, tales como “alterado”, para describir su estado emocional subjetivo. En tales casos, los profesionales no saben si lo que se está sintiendo es agresividad, ansiedad o algo diferente, y tampoco es evidente la intensidad de la experiencia. Así pues, ayudar a los pacientes a desarrollar un vocabulario emocional claro constituye uno de los elementos importantes de cualquier programa que pretenda reducir la agresividad y son muchos los pacientes que se benefician de analizar la forma de clasificar el espectro total de sus experiencias emocionales. La agresividad ha sido identificada una y otra vez como una de las emociones humanas más básicas, que casi todo el mundo experimenta de vez en cuando. Aunque existen diferencias entre los expertos, la clasificación de otras de las emociones básicas, incluye el miedo, la alegría, la tristeza, la aceptación, el rechazo, la expectación y la sorpresa. Plutchick clasificó las emociones básicas sirviéndose de una media esfera. Su modelo pone de manifiesto que cada una de las emociones básicas, incluida la agresividad, varía en intensidad. En el caso de la agresividad, los tres niveles de intensidad básicos serían la ira, la agresividad y el enfado. Su teoría también postula que las emociones específicas son más claramente identificables en el “ecuador” de la media esfera, esto es, en el nivel más elevado. A medida que las emociones se van debilitando, perdemos la capacidad de identificar exactamente qué es lo que estamos sintiendo. Los profesionales tienen ocasión de observar a pacientes que se sienten ligera y vagamente “afectados” pero no pueden clasificar con claridad su estado emocional. Ciertos profesionales hablan de que algunas emociones se utilizan para encubrir otras. Consideran que en realidad la depresión es agresividad, o que la agresividad está enmascarando la culpa, etc. La opinión de Plutchick es más sencilla y aceptable. Cuando las emociones son débiles, resultan difíciles de identificar con claridad y con frecuencia utilizamos mal las categorías lingüísticas cuando comunicamos sentimientos leves a otras personas. Es precisamente en estos casos, cuando las emociones no son lo bastante fuerte como para prestarse a ser identificadas con claridad, cuando los profesionales pueden proyectar sobre el paciente sus propias percepciones. Pero conviene ser precavidos ante la posibilidad de que los pacientes manifiesten su acuerdo con nuestras interpretaciones debido únicamente a nuestro estatus profesional y no a que lo que les estemos diciendo les parezca cierto. Dada la dificultad que tienen muchos pacientes con la comunicación directa y sincera de la agresividad, conviene utilizar y definir palabras como “enfadado, insatisfecho, agresivo, ofendido, furioso y encolerizado” cuando los profesionales y los pacientes analicen los problemas dentro de la sesión. De esta forma, el profesional puede modelar un vocabulario emocional apropiado para que los pacientes lo utilicen en su vida cotidiana. El objetivo consiste en enseñar categorías verbales apropiadas para las experiencias emociones de intensidad baja, moderada y alta. La asertividad directa y apropiada de los sentimientos agresivos, sin recurrir a la hipérbole puede hacer mucho por mejorar la comunicación interpersonal y evitar conflictos. Un termómetro de la agresividad puede ser de utilidad para analizar los episodios de agresividad. Dado que los pacientes no aprenden de forma automática a clasificar adecuadamente la intensidad de sus emociones, el termómetro de la agresividad ayuda a los profesionales y pacientes a alcanzar un acuerdo sobre la base de un vocabulario común. Se requiere mucha práctica reforzada para aplicar adecuadamente las categorías. Valiéndonos del termómetro, podemos pedirle al paciente que valoren cómo se sintieron cuando, por ejemplo, fueron violados o maltratados de alguna forma o cuando un programa de televisión que estaba ansioso por ver fue cancelado de improvisto o cuando se descubrió que alguien había propagado un rumor sobre ellos. Se puede estimular con ejemplos específicos y utilizar el adverbio temporal cuando, encaminado a describir el estado para subrayar la definición de que la agresividad es una reacción que experimentamos subjetivamente cuando algo tiene lugar. El termómetro de la Agresividad de Kassinove y Tafrate Este es un instrumento para ayudarle a comunicar de forma apropiada el enfado, la agresividad y la ira. El objetivo consiste en comunicarle a otra persona su estado emocional de una forma directa, con la ayuda de una palabra que exprese la verdadera intensidad de lo que usted está sintiendo. A fin de cuentas, el hecho de exagerar o de minimizar lo que estamos sintiéndonos va a reportarnos ningún beneficio. Considere el problema que tiene por delante y revise las palabras que aparecen más abajo. Complete después la frase siguiente: “Cuando me paro a pensar en aquello de lo que estamos hablando, me siento —————-“ 100º Preso de ira-Loco-Maniaco-Psicótico-Violento-Demente 90º Frenético-Virulento-Desquiciado-Trastornado-Beligerante 80º Encolerizado-Enfurecido-Furioso-Rabioso-Histérico 70º Enrabietado-Soliviantado-Exasperado-A explotar-A reventar 60º Irritado-Sulfurado-Alterado-Enojado-Indignado-Descompuesto 50º Cabreado-Agresivo-Agitado-De mala leche-Fastidiado-Perturbado 40º Provocado-Impelido-Gruñón- Arisco-Dolorido-Molesto 30º Enfadado-Incomodado-Impacientado-Inquieto-Aturdido-Incómodo 20º Estimulado-Motivado-Conmovido-Tocado-Desafiado 10º Incitado-Animado-Alerta-Despierto-Activado 0º Dormido-Muerto-Borracho-Comatoso   (Información extraída de El manejo de la agresividad: manual de tratamiento completo para profesionales / Howard Kassinove, Raymond Chip Tafrate, 2005)

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Tipos de violencia y la relación entre ellas

Es necesario establecer una tipología que caracterice, de forma cuantitativa, las diferentes clases de violencia, así como las relaciones entre ellas. La investigación científica ha dado lugar a pocas tipologías generales, habiéndose centrado la mayoría de ellas en una parte del fenómeno, como, por ejemplo, en el tipo de acto violento, el tipo de víctima o en combinaciones especificas. En cualquier caso, una tipología integradora tendría que estar basada en diferentes criterios que cubran el espectro completo. Existen varias posibilidades algunas de las cuales pueden estar basadas en: Las características del acto violento Quién es el individuo violento La motivación que guía al individuo a realizar el acto violento Las características de la víctima. Aunque se pueden llevar a cabo combinaciones de todos ellos. Sin embargo, cuanto más especifica es la clasificación, mayor es la probabilidad de hacer un diagnóstico más preciso de cada uno de los tipos de violencia: En función de las características del acto violento se puede diferenciar entre violencia física, sexual, psicológica y negligencia-omisión. Esta clasificación es bastante objetiva y la información sobre cada subtipo de violencia puede ser completada con la frecuencia, intensidad y duración con que se lleve a cabo. La negligencia-omisión ha sido incorporada y se caracteriza por no llevar a cabo conductas necesarias para el bienestar de otro individuo. Dependiendo de quién comete el acto violento, la violencia puede ser clasificada en: Violencia dirigida hacia uno mismo en la cual el individuo lleva a cabo actos que atentan contra sí mismo, como, por ejemplo, las autolesiones o la conducta suicida Violencia interpersonal, en la que el acto violento es infringido por otro individuo o por un grupo reducido de individuos, como es el caso del abuso infantil, el maltrato de la pareja o la violación Violencia colectiva, que, generalmente es llevada a cabo por grupos más grandes como los estados, grupos con una organización política u organizaciones no institucionalizadas, como, por ejemplo, las guerras o el terrorismo. Por otro lado, también se puede utilizar como criterio la edad o el género del perpetrador de la violencia. En función de la edad, se diferencia entre violencia infantil, juvenil y adulta, mientras que en función del género se puede distinguir entre violencia masculina o femenina. Centrándose en el objetivo principal y el control consciente de la conducta que lleva a cabo el perpetrador del acto violento, una clasificación propuesta por Barrat diferencia entre Violencia impulsiva Violencia premeditada Violencia relacionada con alteraciones médicas, lo que implica una patología La dicotomía entre violencia impulsiva y premeditada se considera como el constructo más útil, si bien se han planteado algunas controversias. La diferencia entre estos dos subtipos de violencia está basada en tres aspectos: El objetivo principal La presencia de ira-hostilidad El grado de planificación implicado La violencia impulsiva es llevada a cabo con el deseo de dañar a otro individuo, siendo considerada como reactiva, y caracterizándose por ir acompañada de un estado de ánimo agitado o irritado y una pérdida del control sobre la propia conducta. Este tipo de violencia está determinada por altos niveles de activación del SNA y por una respuesta ante la provocación que va asociada a emociones negativas como la ira o el miedo. Ante la presencia de una amenaza de peligro inminente, este tipo de violencia puede ser considerada como una respuesta defensiva, que forma parte del repertorio adaptativo de la conducta humana. Por el contrario, esta violencia se convierte en patológica cuando las respuestas agresivas con exageradas en relación al estimulo que ha provocado la reacción emocional. Sin embargo, los límites entre la agresión patológica y otra forma “normales” de agresión no son claros en muchas ocasiones, por lo que individuos con agresión patológica pueden vivir o racionalizar su agresión dentro de los límites normales de la agresión defensiva o protectora. Por otra parte, la violencia premeditada está motivada por objetivos que van más allá de hacer daño a otro individuo (por ejemplo, conseguir dinero), no está relacionada con un estado de agitación ni va precedida por una potente reacción afectiva, siendo llevada a cabo con una baja activación del SNA y un alto grado de consciencia y planificación. Representa una conducta planificada que no va asociada a la frustración o a una respuesta inmediata a la amenaza. Los trastornos mentales como el trastorno explosivo intermitente, el trastorno por estrés postraumático, la agresión irritable y la depresión relacionada con la agresión, están asociados a una activación incrementada del SNA que puede contribuir a una violencia de tipo impulsivo. Por el contrario, los individuos diagnosticados de trastorno de conducta o trastorno de personalidad antisocial muestran baja responsibidad del SNA que puede llevar a una violencia premeditada, incrementada a través de una amortiguación de las respuestas emocionales habituales, de tal manera que las respuestas agresivas exageradas pueden aparecer tanto en estados de alta como de baja activación y estar influidas por diferentes sistemas bioquímicos y anatómicos. Por último, la violencia relacionada con las alteraciones médicas se caracteriza por ser un síntoma secundario a una condición médica, que incluye alteraciones psiquiátricas y neurológicas entre otras. Además, se pueden producir algunas combinaciones de estas tres categorías ya que la violencia impulsiva se asocia a los trastornos de personalidad, mientras que la violencia premeditada ha sido asociada a la psicopatía. Finalmente basándose en la características de la víctima, se pueden utilizar dos criterios: Cuando la víctima guarda alguna relación con el perpetrador Cuando la víctima se clasifica en función de algunas características propias como la edad o el genero En el primer caso, se puede diferenciar entre Violencia llevada a cabo por uno mismo Por un familiar (maltrato infantil o de la pareja) Por alguien de la comunidad que no pertenece al entorno familiar Considerando la edad de la víctima, se puede diferenciar entre: niños, jóvenes, adultos y mayores.   (Información extraída de Neurocriminología: psicobiología de la violencia / editor y coordinador, Luis Moya Albiol; [autores, María Consuelo Bernal Santacreu… et al.], 2015)

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¿Cómo se puede prevenir el comportamiento agresivo en los niños?

Para prevenir el comportamiento agresivo la mejor estrategia consiste en disponer el ambiente de modo que el niño no aprenda a comportarse agresivamente y, por el contrario, sí lo dispongamos de modo que le resulte asequible el aprendizaje de conductas alternativas a la agresión. Siempre que se encuentre ante una situación conflictiva ya sea con su pareja o con su propio hijo o con cualquier otra persona, modele la calma ¿cómo? Puede modelar la calma por medio de la expresividad facial, la postura, los gestos, lo que dice y el tono, la velocidad y el volumen con que dice las cosas. Concretamente, como indican Goldstein y Keller (1991), la cara de la persona calmada muestra una frente sin arrugas, las cejas no están caídas ni juntas, los ojos están abiertos normalmente, sin la mirada fija o de soslayo de la cólera o los ojos desmesuradamente abiertos mostrando sorpresa, la nariz no está arrugada ni sus aletas dilatadas, los labios en posición normal, ni presionados ni echados para atrás como cuando se está gruñendo. Es más probable que la persona calmada esté sentada que de pie, con los brazos a los lados, no cruzados, las manos abiertas, no en puño; los movimientos son lentos y fluidos, no rápidos y a trompicones; la cabeza, el cuello y los hombros están rejalados, no tensos ni rígidos. La voz de la persona calmada es uniforme más que nerviosa, suave o moderada más que alta, lenta o de ritmo moderado más que rápido, la persona evita gritar, la brusquedad o el nerviosismo considerable y su discurso contiene pausas. Estos son algunos de los signos manifiestos que puede mostrar un modelo que intenta enseñar un comportamiento alternativo a la agresión ante una situación conflictiva. Modele también comportamientos asertivos para defender sus propios derechos. En ningún caso y bajo ningún pretexto, deje que desde pequeño el niño consiga lo que desea cuando patalea, grita o empuja a alguien. Espere a dárselo cuando lo pida de forma calmada. Si aun el niño no ha tenido la oportunidad de aprender cómo se pide calmadamente las cosas, déle instrucciones acerca de cómo debe hacerlo, y refuércele con una sonrisa o un así me gusta. No piense que eso le supondrá a usted un gran esfuerzo. Le aseguramos que le será más fácil enseñar conductas adaptativas desde la más tierna infancia, que además eliminar conductas inadaptativas. Recuerde que incluso puede ocurrir que los niños sean inadvertidamente entrenados para comportarse agresivamente por las mismas personas que normalmente critican tales conductas. La manera en que esto se produce es la siguiente: por sus propiedades inversivas, la agresión no solo exige atención, lo cual ya refuerza dicha conducta, sino que a menudo es eficaz para eliminar exigencias desagradables para el niño y para controlar la conducta de los demás. Así, tanto los padres como los compañeros refuerzan intermitentemente las respuestas agresivas. Refuerce siempre cualquier intento que el niño, aunque muy pequeño, muestre de comportarse adaptativamente en situaciones conflictivas. Si se trata del ámbito escolar, se sabe que el potencial de las escuelas para promover la salud mental, de los chicos se viene reconociendo de hace tiempo. Hoy por hoy, son varias las investigaciones longitudinales que demuestran el papel efectivo que tanto escuelas como profesores eficaces pueden jugar en el ajuste a largo plazo de los individuos, incluyendo los chicos que experimentan múltiples estresores vitales y aquellos que tienen un ambiente familiar inestable durante la mayor parte de su infancia. Los profesores son modelos importantes para los chicos en el ámbito social y las escuelas juegan un papel muy significativo en la adaptación del niño a la sociedad. Además, los profesores transmiten tanto explicita como implícitamente información acerca de normas para el comportamiento social tano deseable como indeseable. Los profesores eficaces pueden diferir en lo que respecta al método y al estilo personal, pero en general son capaces de mantener un fuerte interés académico en los niños mientras crean un clima de organización, un orden conductual razonable y relaciones interpersonales positivas en la clase como grupo. En vista de que se hace evidente que hay una relación positiva entre competencia académica y social en los chicos, así como la importancia de ambas dimensiones tanto para la competencia personal como para el desarrollo de la autoestima de los chicos, es lógico que se entienda lo importante que es tener métodos a mano en el ámbito escolar para facilitar tanto la competencia personal como la académica. En este sentido, no olviden los profesores que pueden hacer uso de los mismos procedimientos que los padres. Éstos son moldeamiento de conductas provocarles, instrucciones y reforzamiento de las mismas, al tiempo que un no reforzamiento desde el inicio de la escuela de los primeros intentos de conducta agresiva.   (Información extraída de Agresividad infantil / Isabel Serrano Pintado, 1996)

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