Trastornos Depresivos

Del Duelo a la Resiliencia

El trauma trae consigo una pérdida. Incluso aquellos que son tan afortunados como para escapar físicamente ilesos pierden las estructuras psicológicas internas de una persona seguramente vinculada a los demás. Los que sufren daños físicos pierden también su sensación de seguridad física. Aquellos que pierden a personas importantes se enfrentan a un nuevo vacío en sus relaciones con amigos, familia o comunidad. Las pérdidas traumáticas rompen la secuencia normal de las generaciones y retan las definiciones sociales normales de desgracia y pérdida. Contar la historia del trauma sumerge a la superviviente en un profundo dolor. Este acto de duelo es la labor mas necesaria, y al mismo tiempo más temida en esta fase de recuperación. A menudo los pacientes escuchan que la labor es insuperable y que nunca dejarán de hacerlo. Con frecuencia la superviviente se resiste a ponerse de luto, no solo por miedo, sino también por orgullo. Puede negarse conscientemente a llorar la pérdida como forma de negarle al perpetrador su victoria. En este caso seria importante volver a contextualizar el luto de la paciente como un acto de valentía y no de humillación. Si la paciente es incapaz de llorar la pérdida, se arrebatará una parte de sí misma y se negará una parte importante de su curación. Reclamar la capacidad para sentir toda la gama de emociones, incluida la pena, debe ser entendido como un acto de resistencia y no de sumisión a la intención del perpetrador. Tan solo llorando todo lo que ha perdido puede descubrir la paciente su vida interior indestructible. Como llorar la pérdida es doloroso, resistirse a ello es la causa más común de estancamiento en la segunda fase de la recuperación. Esta resistencia puede usar varios disfraces; con mucha frecuencia aparece como una fantasía de resolución mágica a través de la venganza, el perdón o la compensación. Con frecuencia la fantasía de venganza es una imagen en el espejo del recuerdo traumático, en la que se invierten los papeles de perpetrador y víctima. A menudo tiene la misma cualidad grotesca, congelada y silenciosa del propio recuerdo traumático. La fantasía de la venganza es una forma del deseo de catarsis. La victima imagina que puede liberarse del terror, la vergüenza y el dolor del trauma vengándose del perpetrador. El deseo de venganza también surge de la experiencia de absoluta indefensión. En su furia humillada, la victima imagina que la venganza es la única forma de recuperar su sensación de poder. También puede llegar a imaginar que esta es la única manera de obligar al perpetrador a reconocer el daño que le ha hecho. Aunque la persona traumatizada cree que la venganza le aliviará, en realidad las fantasías de venganza repetidas no hacen mas que incrementar su tormento. Las fantasías de venganza violentas y graficas pueden ser tan activadoras, terroríficas e intrusivas como las imágenes del trauma original. Agravan los sentimientos de terror de la victima y degradan su imagen de sí misma. La hacen sentir como un monstruo. Durante el proceso de luto, la superviviente debe hacer las paces con la imposibilidad de tomarse la revancha. Mientras da rienda suelta a su ira en un entorno seguro, su furia indefensa se convierte en una forma poderosa y satisfactoria de ira: indignación justificada. Esta transformación permite a la superviviente liberarse de la prisión de la fantasía de la venganza, en la que está sola con el perpetrador. Una variante de la fantasía de compensación busca la comprensión no del perpetrador, sino de los testigos, reales o simbólicos. La exigencia del compensador puede ser dirigida a la sociedad en general o a una persona en particular. La existencia puede parecer ser enteramente económica, como un subsidio por minusvalía, pero también incluye componentes psicológicos. Durante la psicoterapia, la paciente puede centrar sus exigencias de compensación en la terapeuta. Puede llegar a resentir los limites y responsabilidades del contrato de terapia y puede insistir en conseguir algún tipo de dispensación especial. Bajo estas exigencias está la fantasía que solo el amor sin limites de la terapeuta o de otro personaje mágico, puede deshacer el daño del trauma. La mejor manera en que un terapeuta puede cumplir con su responsabilidad hacia el paciente es guardando fiel testimonio de su historia y no infantilizarla concediéndole favores especiales. Aunque la supervivencia no es responsable del daño que se le ha hecho, sí lo es de su recuperación. La aceptación de esta aparente injusticia es el punto de partida para recuperar el poder. La única manera en que una superviviente puede tomar el control absoluto de su recuperación es responsabilizarse de ella. Tomar responsabilidades tiene un significado adicional para supervivientes que han hecho daño a otros, tanto en la desesperación del momento como en la lenta degradación de la cautividad. El veterano de guerra que ha cometido atrocidades puede sentir que ya no pertenece a una comunidad civilizada. El prisionero político que ha traicionado a otros bajo coacción o la mujer maltratada que no ha conseguir proteger a sus hijos, pueden sentir que han cometido un crimen peor que el del perpetrador. La superviviente necesita llorar la pérdida de su integridad moral y encontrar su propia forma de compensar lo que ya no se puede deshacer. Las supervivientes de abusos infantiles crónicos se enfrentan a la labor de llorar no solo lo que perdieron, sino también lo que nunca fue suyo y no pudieron perder. Ya no se les puede devolver la infancia que perdieron. Deben llorar la pérdida del establecimiento de la confianza básica, de la creencia de un buen padre o madre. Cuando llegan a reconocer que no fueron responsables de su destino, se enfrentan a la desesperación existencial a la que no pudieron enfrentarse cuando eran niños. Este enfrentamiento con la desesperación puede traer consigo un creciente riesgo de suicidio. En contraste con la impulsiva autodestrucción de la primera fase de recuperación, los impulsos suicidas de la paciente durante esta segunda fase pueden evolucionar desde una decisión calmada, fría y aparentemente racional, de rechazar un mundo

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¿A qué especialista acudir cuando mi hijo tiene un problema?

La orientación hacia un especialista puede proponerse cuando un trastorno resiste a los tratamientos o va acompañado de otras manifestaciones. Nos podemos imaginar el caso de un niño que padece trastorno de ansiedad, principalmente con miedos nocturnos repetidos, que no reacciona positivamente ni a un seguimiento comportamental ni a los medicamentos. El niño continúa despertándose por la noche. Se queja también de los conflictos familiares y los mismos padres subrayan que tiene dificultades escolares importantes. En este caso, el pediatra podrá juzgar que el miedo y el despertarse por la noche es tan solo uno de los trastornos y que el niño manifiesta varios síntomas de dificultades psíquicas, reforzados sin duda por un ambiente familiar perturbado. Por lo tanto, orientará a su paciente y a sus padres hacia un psiquiatra para niños. Esta gestión debe explicarse de forma clara a los pares. No debe en ningún caso percibirse como una renuncia por parte del pediatra. Durante esta gestión los padres deberán sentirse acompañados y animados, el niño implicado. Es importante explicarle al niño con palabras sencillas por qué debe visitar al psiquiatra. En algunos casos, el pediatra puede volver a ver a su paciente después de la consulta con el psiquiatra indicado así que sigue siendo el médico de referencia, lo que puede tranquilizar a unos padres asustados ante la idea de tener que entrar en relación con el mundo de la psiquiatría. Llevar a su hijo al psiquiatra no es un paso fácil. Es muy legítimo que este trámite suscite cierta inquietud o reticencia. Por otro lado, la desconfianza en la psiquiatra no procede solo de padres o algunos pediatras. Un pediatra que envía a su paciente al psiquiatra raramente obtiene respuesta. Esta falta de trasparencia es uno de los reproches recurrentes dirigidos a los psiquiatras por los médicos de familia o los pediatras. Con los bebés muy pequeños, el ortofonista juega un papel de prevención y su intervención toma la forma de educación precoz: consejos prácticos y entrevistas con el niño y sus padres. Con niños más mayores, el ortofonista puede empezar una verdadera reeducación. El especialista en psicomotricidad El especialista en psicomotricidad igual que el ortofonista no es médico. Ejerce una actividad paramédica, homologado en Francia con un diploma de Estado. El objetivo del trabajo del especialista en psicomotricidad es reeducar las funciones psicomotrices. Estas funciones pueden haber sido alteradas por un problema específico (dispraxia), una enfermedad, un accidente o por dificultades psicológicas que pueden conllevar una torpeza excesiva en el niño pequeño. La intervención de un especialista en psicomotricidad raramente es aislada. Se inserta la mayoría de las veces en un control multidisciplinario. Pero atención, este especialistas no es solo un técnico en tonicidad o en motricidad. Está también muy atento a las dificultades psicológicas del niño. Igual que los psicólogos y los psiquiatras, numerosos especialistas en psicomotricidad han sido influenciados por la corriente psicoanalítica. El especialista en psicomotricidad ayuda al niño a establecer un puente entre el cuerpo y el psiquismo, entre lo que expresa a través de su cuerpo y lo que siente. Puede utilizar técnicas de relajación, de educación gestual, de expresión corporal o de plástica. Los psi Para algunos psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas que piensan que las enfermedades mentales tienen ante todo un origen psíquico, no puede explicarse toldo solo buscando una causa orgánica. El cerebro, aunque hace posible el pensamiento, no puede desconectarse del entorno y de la historia del individuo. En lo que comúnmente llamamos locura, no encontramos solo desordenes neuronales, los daños cerebrales que entorpecen el pensamiento. Prueba de ello es que la locura alcanza a personas “normales” exentas de toda deficiencia cerebral En un niño hiperactivo, que padece trastorno de la atención por ejemplo, encontramos un problema de orden instrumental. Hay que ayudar al niño a concentrarse o a hacer trabajar su memoria, pero todo este aprendizaje no es solo cuestión técnica de reeducación. Para un “psi” el componente psicológico es esencial. El psiquiatra infantil El psiquiatra infantil es un psiquiatra que se ha especializado en el cuidado de los niños. En tanto que medico está habilitado para prescribir medicamentos psicótropos y él es el más apto para manipularlos. El psiquiatra infantil aborda al paciente de forma particular ya que el reconocimiento no reposa sobre un examen médico corporal sino que asume los síntomas expresados por el paciente: lo que el paciente dice o cuando se trata de un niño pequeño, la manera como se comporta con su entorno y lo que dicen sus padres. De entre las herramientas terapéuticas de que dispone el psiquiatra, aparte de los medicamentos, la palabra tiene una importancia primordial. El psiquiatra infantil diagnostica observando al niño, intentando comunicarse con él y escuchando a los padres. Algunas psiquiatrías utilizan escala de evaluación estándar. Éstas se presentan a menudo como formularios y se utilizan como ayuda en el diagnostico de ciertas patologías. El psiquiatra infantil puede también pedir chequeos complementarios o incluso reorientar hacia un médico especialista en somatología si finalmente piensa que el problema es orgánico y no psíquico. El papel del psiquiatra puede restringirse a unos simples consejos pero puede proponer también un apoyo o un control más marcado. La psiquiatría francesa ha estado muy influenciada por el psicoanálisis. La mayoría de los psiquiatras que trabajan en servicios infantojuveniles han recibido una formación psicoanalítica y practican psicoterapias de inspiración analítica. El psicoanalista Es a menudo psiquiatra o psicólogo de formación inicial. Sin embargo, algunos psicoanalistas provienen de disciplinas totalmente distintas. Verdad es que la única exigencia para ser psicoanalista es haberse psicoanalizado uno mismo. Pero la mayoría de psicoanalistas tiene una experiencia clínica importante porque han ejercido ya sea como psiquiatras o como psicólogos. Cada escuela decide la formación de sus psicoanalistas. El tratamiento analítico sigue modalidades muy precisas. Además de lo que llamamos cura-tipo, los psicoanalistas practican diferentes psicoterapias. Así las psicoterapias conjuntas madre-bebé o padres-bebé, que interesan cada vez más a los psicoanalistas, se han desarrollado bajo una óptica particular: curar las dificultades de la relación entre la madre

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Depresión infantil

Es evidente que todos los niños se entristecen alguna vez que otra y que, al igual que ocurre en la madurez, la niñez y la adolescencia son épocas de decepciones ocasionales y pérdidas más o menos importantes que van acompañadas del correspondiente pesar. Pero la necesidad de prevención no se refiere tanto a esas ocasiones como a aquellos otros estados de melancolía mucho más graves en los que la espiral de abatimiento hunde lentamente a los niños en la pesadumbre, la desesperación, la irritabilidad y el repliegue en sí mismos. Según los datos recogidos por María Kovacs, psicóloga del Western Psychiatric Institute and Clinic de Pittsburgh, tres cuartas partes de los niños que se vieron obligados a recibir tratamiento a causa de una depresión grave, después sufrieron recaídas. La investigación realizada por Kovacs se inició cuando los niños diagnosticados de depresión contaban ocho años de edad y prosiguió con un seguimiento periódico que, en algunos casos, se prolongó hasta los veinticuatro. La duración promedio de los episodios depresivos infantiles fue de unos once meses, aunque uno de cada seis persistía hasta los dieciocho. Por su parte, la depresión moderada que, en algunos niños, aparecía a los cinco años de edad, era menos incapacitante pero tendía a ser más duradera (una media de cuatro años). Kovacs también descubrió que los niños que sufrían una depresión menor eran proclives a que ésta se agravara y desembocara en una depresión mayor (la denominada doble depresión) y quienes desarrollaban una doble depresión mostraban, por su parte, una mayor tendencia a sufrir episodios recurrentes en años posteriores. Al llegar a la adolescencia y al comienzo de la edad adulta, los niños que habían pasado por algún episodio depresivo sufrían, por término medio, depresiones o trastornos maniaco-depresivos uno de cada tres años. Pero el precio que tiene que pagar estos niños va más allá del sufrimiento causado por la depresión. En opinión de Kovac: “los muchachos aprenden el ejercicio de las habilidades sociales en las relaciones que establecen con sus compañeros. Si uno, por ejemplo, desea algo de lo que carece, ve cómo otros niños resuelven esta situación y luego trata de conseguirlo por sí mismo. Pero los niños deprimidos suelen terminar engrosando las filas de los marginados, de los niños con los que nadie quiere jugar”. La suspicacia y la tristeza que sienten estos niños les hace rehuir los contactos sociales o mirar hacia otro lado cuando alguien trata de establecer contacto con ellos, un signo que suele interpretarse como rechazo. El resultado final es que los niños deprimidos terminan siendo ignorados o rechazados. Este tipo de carencia en su bagaje interpersonal les impide sacar partido del aprendizaje natural que se produce en medio de la bulliciosa actividad del patio del recreo y así suelen acabar arrastrando un lastre emocional y social del que deberían desprenderse cuando salgan de la depresión. En suma, el hecho es que los niños deprimidos son mas ineptos socialmente, tienen menos amigos, son menos elegidos como compañeros de juego, suelen caer menos simpáticos y, en consecuencia, tienen más problemas de relación. Otro precio que deben pagar estos niños por su depresión es el pobre rendimiento escolar. La depresión dificulta la memoria y la concentración, impidiéndoles prestar atención y asimilar lo que se les enseña. Un niño que no tiene ilusión por nada encontrará prácticamente imposible acopiar la energía suficiente para que las lecciones del profesor le estimulen de algún modo. Según el estudio de Kovac, los niños cuyos episodios depresivos son más prolongados obtienen peores calificaciones y suelen ir atrasados en sus estudios. En realidad, parece existir una relación directa entre el periodo de tiempo que un niño permanece deprimido y su rendimiento escolar, con una caída en picado durante el trascurso del episodio depresivo. Por su parte, este pobre rendimiento académico no hace sino complicar la depresión porque, como afirma Kovac: “no es difícil comprender lo que ocurre cuando uno comienza a sentirse deprimido y le suspenden, teniendo que quedarse en casa a estudiar y sin poder salir a jugar con los demás”.   (Información extraída de Inteligencia emocional / Daniel Goleman; traducción de David González Raga y Fernando Mora, 1996)

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La forma de acabar con la depresión en los jóvenes

En un estudio llevado a cabo en un instituto de Oregón, uno de cada cuatro estudiantes mostraba lo que los psicólogos denominan una “depresión moderada”, una depresión que, aunque no reviste la suficiente gravedad como para afirmar que excede el grado de insatisfacción natural, bien podría constituir la antesala de una depresión auténtica. Setenta y cinco estudiantes aquejados de esta depresión moderada aprendieron, en una clase especial fuera del horario habitual lectivo, a modificar las pautas de pensamiento generalmente asociadas a ese estado, a hacer amigos, a relacionarse mejor con sus padres y a comprometerse en aquellas actividades sociales que les resultaban más atractivas. El 55% de los participantes en el programa, de ocho semanas de duración, logró recuperarse de su depresión, algo que solo consiguió el 25% de los estudiantes deprimidos que no se había beneficiado del programa. Un año más tarde, el 25% de los componentes del grupo de control había caído en una depresión mayor frente al 14% de los alumnos que habían participado en el programa de prevención. Así pues, aunque el programa solo durase ocho sesiones, redujo a la mitad el riesgo de contraer una depresión. El mismo tipo de conclusiones esperanzadoras nos ofrece un programa especial de frecuencia semanal dirigido a niños de edades comprendidas entre los diez y los trece años que tenían frecuentes disputas con sus padres y que también presentaban síntomas de depresión. Durante esta sesiones extraescolares los niños aprendían ciertas habilidades emocionales básicas, como hacer frente a los problemas, pensar antes de actuar y tal vez lo más importante, revisar y modificar las creencias pesimistas ligadas a la depresión (como por ejemplo, tomar la firma resolución de esforzarse más en el estudio después de haber obtenido malos resultados en un examen, en vez de pensar “no soy lo suficientemente listo”). En opinión del psicólogo Martin Seligman, uno de los creadores de este programa de doce semanas de duración: “en estas clases los niños aprenden que es posible hacer frente a estados de ánimo como la ansiedad, el abatimiento o el enfado y que la transformación de nuestros pensamientos nos permite, en cierto modo, transformar también nuestros sentimientos”. Según Seligman, el hecho de hacer frente a los pensamientos depresivos disipa las tinieblas del estado de ánimo negativo y “solo depende del esfuerzo sostenido momento a momento el que esto termine convirtiéndose en un hábito”. Estas sesiones especiales también redujeron a la mitad la frecuencia de las depresiones después de dos años de haber concluido el programa. Al cabo de un año, solo el 8% de los participantes arrojaron unos resultados en un test sobre depresión que los situaba en un nivel entre moderado y grave mientras que dos años después, el 20% de los muchachos que habían seguido el curso mostraban algunos síntomas de depresión moderada. El aprendizaje de estas habilidades emocionales, puede resultar especialmente útil en plena adolescencia. Como observa Seligman: “estos chicos suelen estar mejor preparados para afrontar la ansiedad normal que experimenta el adolescente frente al rechazo y parecen haber aprendido esta habilidad en un periodo especialmente crítico para la depresión que tiene lugar alrededor de los diez años de edad. Después de aprendida, esta lección parece persistir e incluso fortalecerse en el curso de los años posteriores, sugiriendo claramente su aplicabilidad a la vida cotidiana”. Los especialistas en la depresión infantil se muestran sumamente esperanzados con la aparición de estos programas. Según Kovac: “si queremos intervenir eficazmente en problemas psiquiátricos tales como la depresión, tenemos que hacer algo antes de que los niños enfermen. La única solución aparece pasar por algún tipo de vacuna psicológica”.     (Información extraída de Inteligencia emocional / Daniel Goleman; traducción de David González Raga y Fernando Mora, 1996)  

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La depresión en la historia

La depresión se conoce desde el principio de la Historia de la Medicina. Hasta hace más o menos un siglo, se llamó melancolía. Los médicos de todos los tiempos han buscado las causas de esta terrible enfermedad y han aplicado remedios más o menos válidos. Dos han sido las causas históricas más importantes y frecuentes de la depresión: Exceso de bilis negra La cólera de los dioses La medicina humoral imputó la causa de la depresión a un exceso de bilis negra. Durante siglos, los médicos han creído que la salud es el resultado del equilibrio de cuatro humores principales: sangre, linfa o flema, bilis amarilla y negra. Si uno de esos humores prevalecía constantemente en el organismo, se hablaba de propensión. Si el humor preponderante era la bilis negra, el individuo era constitucionalmente propenso a la melancolía. Si la cantidad de bilis negra del organismo solamente excedía su cupo durante un periodo de tiempo, el individuo sufría melancolía. El tratamiento consistía en evacuar el exceso de humor acumulado en la sangre por medio de dietas, sangrías, evacuantes, diuréticos y eméticos. Otra de las causas históricas de la depresión ha sido el resultado de la cólera de algún dios que castiga implacable al humano transgresor de sus leyes. Y el tratamiento ha sido, por tanto, místico. Oración, rituales, sacrificios al dios enojado. Eso la enlaza con el sentimiento de culpa y muchos filósofos han entendido que el sentimiento de culpa procede del pecado original. Adán y Eva incumplen la ley de Dios y Dios les castiga arrojándoles para siempre del Paraíso. Los pecadores lamentarán siempre la pérdida de aquel estado de gracia e inocencia y llorarán hasta el fin de sus vidas su mala acción, a causa de la cual se han acabado sus días de felicidad. La situación de Adán y Eva es una excelente metáfora para comprender cómo el homínido se convirtió en hombre al adquirir la conciencia que lo distingue de los animales y cómo al adquirir la conciencia y darse cuenta de las cosas, perdió la ingenuidad animal que caracterizaba la vida en el Paraíso. Se acabó el vivir conforme a los instintos, se acabó el comportarse según las tendencias de la especie, se acabó el actuar siguiendo la programación genética. La conciencia hizo al hombre dueño de su destino y le embarcó en un proyecto existencial de futuro, de planificación y de entendimiento. Ya les había augurado la serpiente que serian como dioses. Y con la conciencia vino la culpa. La culpa supone concienciar que hemos trasgredido la norma social a sabiendas. Que hemos hecho algo prohibido y que esa acción nos va a costar el rechazo de nuestro grupo social. La culpa implica algo más que la conciencia, implica una conciencia moral. El sentimiento de culpa de Adán y Eva por haber perdido el bienestar del Paraíso es el sentimiento de culpa del hombre que pierde la tranquilidad de su conciencia. El sentimiento de vergüenza de Adán y Eva al hallarse desnudos ante Dios es la vergüenza del hombre que se siente indigno del amor de su Dios y rechazado por su grupo, porque ha trasgredido las normas. La culpabilidad por la pérdida de ese objeto de amor, de bienestar  o de tranquilidad espiritual es, casi siempre la causa de la depresión.     (Información extraída de Los errores del alma: convivir con personas difíciles / Ana Martos Rubio, 2004)  

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¿De dónde vienen las enfermedades psicosomáticas? Influencia sobre el cuerpo

La palabra psicosomático tiene su origen en dos vocablos griegos que significan mente, psyckhé y cuerpo soma y fue utilizada por primera vez en 1818 por un psiquiatra alemán en un debate acerca de las causas que provocan el insomnio. Enfermedades y trastornos como el asma y la trombosis coronaria recibieron, unos años después, el nombre de psicosomáticos, ya que se pensaba que su origen residía en las alteraciones mentales de quienes la padecían. En la actualidad, con este término se designan aquellas enfermedades en las cuales los factores emocionales y físicos están relacionados de forma íntima. Esto significa que el estado de la mente que sufre cambios o trastornos emocionales afecta al organismo, originando una enfermedad física real y por tanto, manifestando síntomas y dolor también reales. Dentro de estas enfermedades se puede mencionar cefaleas, ciertas alteraciones gastrointestinales, como la úlcera o el colon irritable, el asma y muchas dolencias de la piel, como los eccemas. Incluso los accidentes, por ejemplo, los del hogar o los de tráfico, los sufren con mayor frecuencia aquellas personas que están bajo los efectos un fuerte estrés o de una fuerte alteración emocional. Las alteraciones orgánicas y psíquicas están interconectadas y así como las tensiones emocionales pueden manifestarse a través de síntomas orgánicos, del mismo modo las enfermedades físicas pueden originar trastornos psicológicos. Muchas personas sufren una depresión después de una gripe o una hepatitis e incluso enfermedades como la anemia o los trastornos glandulares pueden llevar a los pacientes a padecer alteraciones psíquicas. Influencia de la mente sobre el cuerpo Se considera que entre la mitad y los dos tercios de todos los enfermos que acuden a una consulta de medicina general sufren estrés o trastornos emocionales. En los últimos tiempos se ha comprobado que, en aquellas zonas donde existe un alto porcentaje de desempleo, el número de enfermedades de origen psicosomático también es más elevado. El cuerpo humano produce ciertas hormonas, en situaciones de ansiedad  o miedo, que actúan sobre el sistema nervioso central, que es el que rige un gran número de sensaciones y funciones, como el sueño, la actividad sexual, el movimiento muscular, el hambre, la sed, la memoria y las emociones. De esta forma, el organismo está preparado para reaccionar ante una situación de emergencia externa, estimulando los sistemas cardiovascular y respiratorio que trabajan a mayor velocidad. Al mismo  tiempo, el sistema gastrointestinal trabaja más lento, para poder facilitar un mayor aporte de sangre al cerebro y a los músculos. También se estimulan ciertas glándulas para obtener la energía adicional que podría necesitarse con la movilización de los hidratos de carbono para su uso inmediato. Por lo general, este estado solo se prolonga mientras dura la emergencia o la sensación de miedo; sin embargo, cuando la tensión emocional se prolonga causa la activación permanente de estos mecanismos y los cambios fisiológicos persisten. Todo ello puede llevar a sufrir cambios orgánicos que se convierten en patológicos. Como ejemplo de todo lo expuesto con anterioridad se puede mencionar el cambio que sufre la presión arterial; así, cuando un animal, incluyendo al hombre, se prepara para enfrentarse a una situación de emergencia se produce un aumento del esfuerzo circulatorio: el corazón late más rápido y más fuerte y la presión arterial se eleva, cambios que se prolongan hasta que se supera el estado que los ha causado. No obstante, si la presión arterial se eleva de manera repetida o continua, como respuesta al estrés emocional sostenido e ininterrumpido, puede que se produzcan cambios secundarios en los vasos sanguíneos, en los riñones y en el cerebro, que causarán un daño permanente en estos órganos. Existen estudios en los que se ha comprobado que en el 97% de los pacientes con hipertensión arterial, el origen de este trastorno es la incapacidad para dominar sus emociones. Además de la ansiedad, otras sensaciones emocionales como el miedo, la frustración, los sentimientos de culpabilidad o el estrés suelen causar alteraciones orgánicas. Por otro lado, conviene recordar que ciertos trastornos psicosomáticos tienen un origen genético. Ya que hay familias con tendencia a contraer dolencias como el asma, el colon irritable, la migraña o enfermedades de la piel. Diagnóstico y tratamiento Según la estadísticas, una elevada proporción de los pacientes (superior al 50%) que acuden a una consulta médica presentan problemas emocionales, que algunos somatizan manifestándolos como enfermedades clínicas o síntomas. Cuando una persona consulta a su médico acerca de cualquier síntoma o enfermedad, es importante que haga referencia a los cambios, contratiempos, emociones fuertes o problemas experimentados en el pasado reciente. Para establecer un diagnóstico, el médico habrá de considerar tanto los problemas de tipo emocional como los resultados de los exámenes físicos. El tratamiento a seguir estará destinado tanto a disminuir la incidencia del factor emocional como a aliviar las alteraciones orgánicas, por lo que en algunos casos puede ser necesaria la combinación de un tratamiento farmacológico con la asistencia a unas sesiones de psicoterapia para poder superar ciertas enfermedades. Se pueden reducir los sentimientos de tensión percibidos por el paciente mediante una reeducación emocional, que puede llevarse a cabo en forma conjunta por el paciente, el médico de cabecera y un psicoterapeuta. Los ejercicios de relajación y algunos cambios en la rutina diaria pueden resultar de gran utilidad en el tratamiento de enfermedades vasculares de origen psicosomático, como la presión sanguínea alta o hipertensión, que empeora con el estrés; del mismo modo, las personas que sufren cefalea tensional pueden prevenir los ataques haciendo un esfuerzo consciente para relajarse Ejercicios de respiración Es importante respirar hondo para evitar las tensiones. Para adquirir este hábito hay que acostarse o sentarse en una posición cómoda y respirar profunda y lentamente, contando y midiendo las inspiraciones hasta efectuar la mitad de las usuales en el plazo de un minuto. Se puede prolongar esta actividad rítmica durante cinco minutos, aunque si la persona se siente mareada es conveniente que la abandone. Este ejercicio debe realizarse dos veces al día, pero si se percibe que aumenta la tensión, se ha

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Conoce qué tipo de antidepresivos hay

Los antidepresivos son los medicamentos más habitualmente utilizados para el tratamiento de la ansiedad social. A pesar de que su nombre “antidepresivo” no debe llevarnos a engaño. Los antidepresivos son útiles para el tratamiento de un amplio abanico de problemas psicológicos, entre los que se halla el trastorno de ansiedad social. De hecho, parecen servir para el tratamiento de este problema independientemente de que el individuo esté o no deprimido. Existen varios tipos de antidepresivos que pueden ser útiles para el tratamiento de la fobia social. Inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS) Los ISRS son a menudo el tratamiento de elección de la fobia social. De hecho, la paroxetina (Paxil) fue el primer fármaco en recibir la aprobación de la FDA para el tratamiento del trastorno de ansiedad social. La paroxetina también está disponible en una fórmula de liberación continua, comercializada con el nombre de Paxil CR. Otro ISRS aprobado por la FDA es la sertralina (Zoloft). Aunque solo dos ISRS se hayan visto oficialmente aprobados para el tratamiento del trastorno de ansiedad social, no existen evidencias de que otras medicaciones funcionen mejor o peor, para este problema, que la mayoría de los otros ISRS. En la práctica, cualquier ISRS puede ser utilizado para el tratamiento de los problemas ligados a la ansiedad social. Otros ISRS que han demostrado ser eficaces para el tratamiento del trastorno de ansiedad social son la fluvoxamina (Luvox), el citaprolam (Celexa) y el escitaprolam (comercializado con el nombre de Lexapro en los Estados Unidos y de Cipralex en Canadá). Algunas investigaciones realizadas al respecto, aunque no todas, también han puesto de relieve, en este sentido, la eficacia de la fluoxetina (Prozac) Aunque los efectos secundarios varíen levemente entre los distintos ISRS, los más comunes son náuseas, diarrea, dolor de cabeza, sudor, aumento de la ansiedad, temblores, disfunciones sexuales, aumento de peso, sequedad bucal, palpitaciones, dolor de pecho, mareo, tics, estreñimiento, aumento del apetito, fatiga, sed e insomnio. Pero uno no debe desalentarse por esta larga lista de efectos secundarios, porque la mayoría de las personas solo experimentan unos pocos efectos y también hay quienes no experimentan ninguno. Se trata de efectos muy manejables que, si bien tienden a empeorar durante las primeras semanas de tratamiento, pueden ser gestionados manteniendo la dosis baja hasta que la persona se habitúa a la medicación. Por otro lado, ciertos efectos colaterales (como, por ejemplo, el aumento de peso y las disfunciones sexuales) tienden a mantenerse a menos que se interrumpa la administración del fármaco o se reduzca la dosis. Los efectos de los ISRS empiezan a advertirse entre las dos y cuatro semanas de tratamiento y operan, según se cree, modificando la tasa cerebral de serotonina, un neurotransmisor implicado en la transmisión de información de una neurona a la siguiente. También se cree que la serotonina tiene que ver con la regulación de las emociones y otros aspectos del funcionamiento psicológico. Aunque el tratamiento con ISRS suele ser relativamente fácil de interrumpir, es más probable que la interrupción del tratamiento con paroxetina, al ser metabolizado más rápidamente por el cuerpo, genere más problemas de abstinencia. Su interrupción, en consecuencia, debe ser más gradual. Los síntomas de abstinencia más comunes durante la interrupción de la administración de paroxetina son perturbaciones del sueño, agitación, temblores, ansiedad, náusea, diarrea, boca seca, vómitos, disfunciones sexuales y sudoración. Inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y norepinefrina (ISRSN) La venlafaxina XP es el único ISRSN que, según la investigación realizada ha demostrado ser útil para el tratamiento del trastorno de ansiedad social. De hecho, la FDA lo ha aprobado para este propósito. A diferencia de lo que ocurre con los ISRS, la venlafaxina actúa tanto sobre el sistema de la serotonina como sobre el de la norepinefrina, dos sistemas que parecen estar ligados a la ansiedad y a la depresión. Son muchos los estudios bien controlados al respecto que sugieren la utilidad de la venlafaxina para el tratamiento de la fobia social, aunque, como sucede con los ISRS, su efecto tarda en presentarse varias semanas. Los informes de los efectos secundarios más habituales de la venlafaxina son sudores, náuseas, estreñimiento, pérdida de apetito, vómitos, somnolencia, dolor de cabeza, vértigos, nerviosismo, aumento de la ansiedad y disfunciones sexuales. Los síntomas de abstinencia que acompañan a su rápido abandono son perturbaciones del sueño, mareos, nerviosismo, sequedad de boca, ansiedad, náuseas, sudores y problemas sexuales. La duloxetina (Cymbalta) es otro ISRSN reciente que ha demostrado ser útil para la depresión y otras formas de ansiedad. Con excepción del único estudio publicado al respecto (Crippa et al.,2007), todavía no se han estudiado sus efectos para el tratamiento de la ansiedad social, de modo que su recomendación sería prematura Antidepresivos noradrenérgicos y serotonérgicos específicos (NaSSA) El único NaSSA específico es un medicamento llamado mirtazapina (Remeron). Como sucede con los ISRNS, la mirtazapina opera modificando las tasas de norepinefrina y serotonina. Aunque se trata de la más nueva de las familias de antidepresivos mencionados hasta ahora, algunos estudios iniciales sugieren su eficacia para el trastorno de la ansiedad social. Sus efectos secundarios más habituales son la somnolencia, el aumento de peso, la sequedad de boca, el estreñimiento y la visión borrosa. Inhibidores de la monoamminooxidasa (IMAO) Los IMAO afectan a tres sistemas de neurotransmisores del cerebro, la serotonina, la norepinefrina y la dopamina. El IMAO más estudiado para el tratamiento de la fobia social es la fenelzina (Nardil), que ha demostrado claramente aliviar los síntomas de la fobia social. Su efecto terapéutico, como sucede con los demás antidepresivos, solo empieza a notarse al cabo de varias semanas. A pesar de su eficacia, los IMAO rara vez se utilizan en la práctica clínica debido a que las restricciones dietéticas y efectos colaterales tienden a ser peores que los de los demás medicamentos. La toma de cualquier IMAO debe ir acompañado de la evitación de alimentos que contengan una sustancia llamada tiramina, entre los que cabe destacar los quesos fermentados, los extractos de carne, los plátanos muy maduros,

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¿Qué diferencia hay entre psicólogo y psiquiatra?

Uno de los aspectos más difíciles que se presentan a la hora de encontrar a un terapeuta o médico es saber dónde buscarlo. Un buen punto de partida es, en este sentido, el médico de familia, que probablemente conozca a psiquiatras, psicólogos y clínicas de la zona especializados en el tratamiento de la ansiedad. También cabe la posibilidad de llamar a los hospitales y clínicas cercanas para ver si tienen programas y ofrecen TCC (Terapia Cognitivo Conductual) o medicación para el tratamiento de la ansiedad social. Internet también es una fuente de información sobre las alternativas de tratamiento con que cuenta en las proximidades de su lugar de residencia. Otra forma de encontrar ayuda es conectar con una organización nacional que se ocupe de los problemas relacionados con la ansiedad o la TCC. La Anxiety Disorders Association of America, por ejemplo, proporciona información sobre opciones de tratamiento y grupos de autoayuda en los Estados Unidos y Canadá. La Association for Behavior and Cognitive Therapies es una organización profesional que también proporciona información sobre profesionales que tratan problemas relacionados con la ansiedad. No tema a la hora de decidir el profesional con el que trabajar, formular las preguntas que considere oportunas. Conviene, antes de comprometerse, aclarar las siguientes cuestiones: El tipo de tratamiento ofrecido. Si, por ejemplo, está interesado en un tratamiento psicológico, debe enterarse de si la persona tiene experiencia en proporcionar TCC para la ansiedad social y de desempeño. El número de sesiones habitualmente recomendadas para tratar este problema sabiendo que, sin realizar una evaluación completa, esa estimación suele ser muy imprecisa. Lo más habitual es que basten entre diez y veinte sesiones. La duración de las sesiones. Aunque lo más habitual sean sesiones de una hora, a veces son necesarios, para llevar a cabo las sesiones de exposición, periodos más largos. La frecuencia de las sesiones. Lo más habitual, en este sentido, son las sesiones semanales. El precio por sesión y el sistema de pago preferido ¿es flexible el precio? La ubicación y el entorno ¿Se lleva a cabo el tratamiento en una consulta privada? ¿en un hospital? ¿en una clínica universitaria? ¿en una clínica comunitaria? ¿en un centro de investigación? La accesibilidad del tratamiento grupal versus el tratamiento individual de la ansiedad social. Ambos enfoques probablemente funcionen ¿Quién proporciona el tratamiento? ¿un psicólogo? ¿un psiquiatra? ¿un estudiante de psicología o un residente de psiquiatría? ¿Qué experiencia tiene la persona? ¿Dónde se ha formado? ¿es adecuadamente supervisado, en el caso de tratarse de un estudiante? ¿Qué experiencia tiene su supervisor? ¿Podría concertar, si la necesitara, una visita con el supervisor? Tipos de profesionales Si está interesado en recibir una terapia psicológica, como la TCC, su terapeuta puede ser un psicólogo, un médico, un trabajador social o un profesional procedente de una amplia variedad de sustratos. Conviene recordar que, independientemente de su formación, la mayoría de los clínicos no tienen gran experiencia en el uso de la TCC para el tratamiento de los trastornos relacionados con la ansiedad. Mucho más interesante que la titulación de la persona, es su familiaridad con el tratamiento de la ansiedad social utilizando los tratamientos cognitivos basados en la exposición. Y aunque esto sea mucho más fácil de encontrar en el caso de los psicólogos, también hay que decir que la formación en terapia cognitivo conductual está llegando cada vez más a otros profesionales. Psicólogos. Los psicólogos especializados en los trastornos psicológicos suelen ser doctores en psicología clínica. La formación de un psicólogo suele incluir una diplomatura universitaria de cuatro años, seguida de cinco a ocho años adicionales. En algunos lugares, los practicantes con un master suelen considerarse también psicólogos mientras que, en otros, los clínicos con un máster se denominan de otro modo (como, por ejemplo, psicólogo asociado, psicoterapeuta, psicometría, etc.) Psiquiatra. Un psiquiatra es un médico que, después de haber completado cuatro años de estudios en la facultad de medicina, se ha especializado en el tratamiento de los problemas de la salud mental. Habitualmente, esta especialidad incluye una residencia de cinco años y puede incluir también un entrenamiento adicional. Aunque los psiquiatras son más proclives que otros profesionales a ver y tratar la ansiedad desde una perspectiva biológica, sus programas de enseñanza cada vez tienen más en cuenta la formación en TCC. Las ventajas de ser tratado por un psiquiatra, en lugar de otro tipo de profesional, incluyen la posibilidad de obtener medicación además de otras formas de terapia y de ser evaluado por un médico especialmente cualificado en reconocer las condiciones médicas que puedan estar contribuyendo al problema. Trabajador social. Los trabajadores sociales están entrenados para enfrentarse a problemas muy diversos, como ayudar a las personas a relacionarse mejor, resolver sus problemas personales y familiares y aprender a gestionar más adecuadamente las vicisitudes de la vida cotidiana. También pueden ayudar a enfrentarse mejor al estrés de un alojamiento inadecuado, el paro, la falta de habilidades sociales, los problemas económicos, la enfermedad o la incapacidad grave, el abuso de sustancias, el embarazo no deseado, etc. La mayoría de los trabajadores sociales se especializan y algunos acaban proporcionando psicoterapia en la práctica privada, un hospital o centro especializado. Aunque la TCC se halla habitualmente incluida en los programas de formación de los trabajadores sociales, los hay que, concluida su formación, siguen cursos de entrenamiento especializado en TCC. Otras profesiones. Son muchos los profesionales que pueden formarse para proporcionar TCC u otras formas de psicoterapia. Entre ellos cabe destacar a los médicos de familia, las enfermeras, los terapeutas ocupacionales, los sacerdotes u otros líderes religiosos e incluso los psicoterapeutas sin titulación formal en un campo relacionado con la salud mental. Es más importante saber si el profesional en cuestión tiene experiencia, que, si se trata de una enfermera, un médico de familia, un psicólogo, un psiquiatra, un terapeuta ocupacional, un trabajador social o un estudiante de uno de estos campos. ¿Cuánto tiempo requiere el tratamiento? El tratamiento cognitivo conductual de la ansiedad social y de desempeño suele requerir entre diez y veinte sesiones.

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¿Cómo te sientes con depresión?

Casi todas las personas se han sentido deprimidas de vez en cuando, pero si pueden seguir con sus ocupaciones y al cabo de un tiempo recuperan el placer de vivir es muy probable que no padezcan enfermedad mental alguna. La diferencia entre un decaimiento pasajero y la enfermedad mental conocida como depresión estriba en que el enfermo no puede superar el desánimo, la dolencia se hace cada vez más profunda y al cabo de un tiempo, disminuye su capacidad de desenvolverse en la vida diaria, tanto en el plano mental como en el de la funcionalidad. Existen dos tipos principales de enfermedad depresiva. La primera se denomina depresión reactiva que surge como una reacción extrema ante una emoción muy fuerte, como la muerte de un ser querido, el final de una relación amorosa o incluso una pérdida financiera. La segunda llamada depresión endógena aparece sin causas aparentes ni factores desencadenantes y se considera que está relacionada con un déficit o una alteración de los neurotransmisores. Frecuencia Si bien en la depresión endógena suelen tenerse en cuenta los antecedentes familiares, se ha comprobado de modo estadístico que alrededor de un 25% de la población, con una mayor incidencia en las mujeres, sufre un decaimiento grave en algún momento de su vida que necesita asistencia médica, aunque las manifestaciones de la enfermedad pueden no corresponderse con exactitud con los signos característicos de ésta. En algunas etapas de la vida, como pueden ser el final de la adolescencia, la menopausia femenina, la entrada en la madurez, la jubilación y en los años inmediatos a ésta, existe una mayor propensión a deprimirse. Síntomas La persona que padece una enfermedad de tipo depresivo, además de sentir una melancolía insuperable, presenta otras manifestaciones, tanto físicas como psíquicas, tales como la pérdida de energía y del apetito, tanto sexual como alimentario, insomnio y en algunos casos, indigestiones, estreñimiento y dolores de cabeza. El primer síntoma de una depresión y el más característico es una apatía general, que se percibe tanto en el trabajo como en la vida familiar y el ocio, e incluso se puede extender al cuidado personal y a la higiene. Quienes padecen depresión corren el riesgo de sufrir trastornos psicológicos graves, cuyos síntomas pueden ser una disminución de la capacidad de concentración, percepción negativa del medio exterior, sentimiento de culpabilidad y auto desprecio, delirios persecutorios o alucinaciones y pensamientos de muerte o suicidio. En ocasiones, el síntoma más evidente de la depresión es la ansiedad aguda, que genera inquietud y agitación; la intensidad de estos síntomas varía a menudo, según la hora del día. Por lo general, el paciente que sufre una depresión endógena se despierta temprano, con aspecto triste o abatido, que suele disminuir o desaparecer a medida que avanza el día. Las depresiones reactivas a menudo empeoran durante la noche. Cuando la depresión persiste durante mucho tiempo el enfermo adopta una actitud de retraimiento y suele pasar mucho tiempo tumbado en la cama Tratamiento Numerosas personas que sufren de depresión no han podido recuperarse debido a que sus familiares y amigos no supieron interpretar los síntomas. Las amenazas de suicidio siempre se deben tomar en serio y deben ser consideradas como un caso de emergencia, aun cuando hayan existido con anterioridad y se sospeche que el enfermo solo desea llamar la atención. La clase y la gravedad de los síntomas determinan el tratamiento médico, que se basa en la combinación de psicoterapia y de medicamentos, como antidepresivos y estimulantes. Estos últimos se utilizan en casos leves, mientras que los antidepresivos o tranquilizantes, que son los más prescritos por los médicos se aplican en el tratamiento de las depresión más graves. Si la depresión se presenta acompañada de ansiedad se recomienda el uso de tranquilizantes. Si hay riesgo de suicidio el médico puede aconsejar el ingreso de la persona que padece la depresión en un hospital ya que allí se puede controlar mejor, vigilar la intensidad de los síntomas y observar los resultados de la medicación y la psicoterapia aplicadas. A pesar de que las depresiones endógenas suelen ser repetitivas, los enfermos casis siempre responden bien a los tratamientos. Hay personas que desarrollan una dependencia física a los medicamentos aplicados y para otros es una costumbre, de modo que dependen de las píldoras, en las dos formas es conveniente la ayuda médica Depresión maniaca Las personas que sufren depresión maniaca experimentan estados de humor extremos y cambiantes, que no guardan relación con los posibles acontecimientos externos. Esta enfermedad tiende a ser cíclica y presenta periodos de actividad exaltada, que duran desde unas pocas horas hasta varios días o semanas, que se alternan con otras épocas de abatimiento profundo. Un fallo en la composición química cerebral, un estrés agotador o, en raras ocasiones, una infección grave pueden desencadenar una depresión maniaca. El tratamiento incluye tranquilizantes para la fase maniaca y antidepresivos para las de abatimiento. También se suele recurrir a la psicoterapia y a la terapia ocupacional. Depresión posparto Cerca del 80% de las mujeres que dan a luz experimentan una sensación de decaimiento y tristeza en los días o semanas siguientes al parto. Por lo general, esta sensación solo dura una semana; sin embargo, en algunos casos persiste y se profundiza hasta convertirse en un caso grave de depresión que requiere tratamiento. Los síntomas incluyen cansancio, angustia, sensación de fracaso en el cumplimiento de los deberes de madre, y a menudo sentimientos de agresividad hacia el bebé, que pueden estar causados por el llanto excesivo de éste: el llanto del niño provoca un sentimiento de culpa en la mujer, que no duerme bien y se vuelve irritable. Muchas veces descuida su apariencia y la de su casa, se retrae alejándose de los demás y manifiesta pérdidas de apetito y de interés sexual, insomnio y pesadillas. Ante un cuadro semejante, se debe procurar que la mujer no se canse en exceso, para lo cual resulta fundamental que perciba los cuidados y el apoyo físico y emocional tanto de su pareja como de familiares

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Síntomas de trastorno disfórico premenstrual

Las características esenciales del trastorno disfórico premenstrual son la expresión de labilidad afectiva, disfórica y síntomas de ansiedad, que se repiten durante la fase premenstrual del ciclo y que remiten alrededor del inicio de la menstruación o poco después Estos síntomas pueden acompañarse de síntomas conductuales y físicos. Los síntomas deben haber aparecido en la mayoría de los ciclos menstruales durante el último año y deben afectar negativamente al funcionamiento laboral o social. La intensidad y la expresividad de los síntomas acompañantes pueden estar estrechamente relacionadas con las características sociales y culturales de la mujer afecta, de sus perspectivas familiares y de otros factores más específicos, como las creencias religiosas, la tolerancia social y aspectos relacionados con el papel de la mujer. Típicamente, los síntomas alcanzan su cumbre alrededor del comienzo de la menstruación. Aunque no es infrecuente que los síntomas permanezcan durante los primeros días de la menstruación la paciente debe tener un periodo libre de síntomas en la fase folicular después de que comience el periodo menstrual. Aunque los síntomas nucleares son los síntomas afectivos y de ansiedad, también aparecen síntomas conductuales y somáticos. Sin embargo, la presencia de síntomas físicos o conductuales en ausencia de síntomas afectivos o de ansiedad no es suficiente para el diagnóstico. Los síntomas son de gravedad (pero no de duración) comparable a la observada en otros trastornos mentales, como el episodio depresivo mayor o el trastorno de ansiedad generalizada. Para confirmar el diagnóstico provisional, se requieren evaluaciones diarias prospectivas de los síntomas durante al menos dos ciclos sintomáticos. (información extraída de DSM-5 manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales / American Psychiatric Association, 2014

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