Cuando se habla de trastornos alimenticios, como la anorexia, la bulimia o el trastorno por atracón, muchas veces se señalan causas evidentes: los cánones de belleza impuestos por la sociedad, la presión social, la baja autoestima o el bullying. Pero hay un conjunto de factores menos conocidos —aunque igual de importantes— que pueden estar en el origen o mantenimiento de estas enfermedades. Hoy queremos arrojar luz sobre ellos.
- Alteraciones en la interocepción: cuando el cuerpo no “sabe” si tiene hambre
La interocepción es la capacidad que tenemos para percibir las señales internas de nuestro cuerpo: hambre, saciedad, sed, temperatura… En muchas personas con trastornos alimenticios, esta conexión está alterada. No sienten hambre aunque su cuerpo la tenga, o no logran identificar cuándo están satisfechas. Esto no es un fallo de voluntad, sino un desajuste neurobiológico que puede iniciarse en la infancia.
- Rigidez cognitiva y necesidad extrema de control
Más allá de la obsesión por el peso, muchas personas con trastornos alimenticios presentan una rigidez mental marcada. Les cuesta adaptarse a los cambios, tolerar la incertidumbre o dejar que las cosas fluyan. En este contexto, controlar la comida puede convertirse en un refugio frente al caos: una rutina predecible en un mundo que sienten desordenado.
- Ambientes familiares emocionalmente caóticos o sobreprotectores
Ni padres culpables ni familias “tóxicas”, pero sí contextos familiares donde las emociones no se expresan abiertamente, donde hay conflicto soterrado o un exceso de control. Estos ambientes pueden generar en los hijos la necesidad de tener un espacio donde sentir que tienen el control. La comida puede convertirse en ese espacio.
- Eventos médicos o enfermedades previas
En algunos casos, los trastornos alimenticios se desarrollan tras enfermedades gastrointestinales, alergias alimentarias, cirugías o incluso tras procesos médicos que obligan a un control estricto de la alimentación. Lo que comienza como una dieta por salud puede, sin darse cuenta, convertirse en un patrón obsesivo.
- Trastornos del neurodesarrollo subyacentes
Algunos estudios recientes han encontrado una asociación entre trastornos alimenticios y trastorno del espectro autista (TEA) o trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), especialmente en mujeres no diagnosticadas. Las dificultades en la regulación emocional, la sensibilidad sensorial o los patrones repetitivos pueden jugar un papel importante.
- Trastornos disociativos o traumas tempranos no reconocidos
En muchas personas con trastornos alimenticios hay una historia de trauma psicológico, no siempre reconocido como tal. Puede tratarse de abuso, negligencia emocional o pérdidas significativas en la infancia. A veces, el trastorno alimenticio funciona como una forma inconsciente de anestesiar el dolor emocional o de disociarse del cuerpo.
Una mirada más compasiva
Comprender estos factores menos conocidos no solo amplía nuestra visión sobre los trastornos alimenticios, sino que permite abordarlos con más empatía. No se trata de una “manía” por adelgazar ni de una elección superficial. Es el resultado de múltiples factores biológicos, psicológicos y sociales que se entrelazan.
Si tú o alguien cercano está pasando por una relación conflictiva con la comida, recuerda: no estás solo/a y pedir ayuda no es señal de debilidad, sino de valentía.





