Psicología

¿Por qué Albert Ellis es considerado el padre de la psicoterapia moderna?

Albert Ellis es conocido por haber desarrollado la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC) en los años 50, una de las primeras formas de terapia cognitivo-conductual (TCC). Su enfoque, radical en su momento, sostenía que nuestras emociones no son causadas directamente por las situaciones, sino por nuestras creencias y pensamientos sobre esas situaciones. Desarrollo: El Enfoque Revolucionario de Ellis: Ellis argumentaba que las emociones negativas, como la ansiedad, la depresión o el enojo, no son el resultado de eventos externos, sino de las interpretaciones irracionales que hacemos sobre esos eventos. Por ejemplo, una situación de rechazo puede provocar una profunda tristeza no por el hecho en sí, sino por creencias como «no valgo nada» o «nunca seré amado». Para Ellis, identificar y desafiar esas creencias irracionales era la clave para lograr una mejor salud mental. Los Principios Clave de la TREC: A-B-C: El modelo básico de la TREC es el modelo A-B-C, donde A es el acontecimiento activador (eventos externos), B son las creencias sobre esos eventos, y C es la consecuencia emocional. La clave está en que no es A lo que causa C, sino B, nuestras creencias. Disputa de creencias irracionales: Una parte central de la TREC es desafiar estas creencias irracionales, cuestionar su validez y reemplazarlas por pensamientos más racionales y realistas. Aceptación incondicional de uno mismo: Ellis enseñaba que aceptar que todos cometemos errores y que ningún ser humano es perfecto es crucial para dejar de castigarnos psicológicamente por nuestras fallas o errores. Diferencias con otras Terapias: A diferencia del psicoanálisis, que enfatiza el pasado y los traumas inconscientes, Ellis propuso que el cambio en el presente es más efectivo, enfocándose en cambiar patrones de pensamiento distorsionados. Además, en comparación con las terapias centradas en la emoción o el comportamiento, la TREC da un peso particular al pensamiento lógico y a la capacidad de analizar nuestras propias creencias irracionales. Impacto de la TREC en la Psicología Moderna: Ellis fue uno de los pioneros de la terapia cognitivo-conductual (TCC), que hoy en día es una de las formas más efectivas y utilizadas de tratamiento psicológico, especialmente para trastornos como la ansiedad, la depresión, y los problemas de autoestima. La TREC sigue siendo una de las terapias más prácticas y directas, enfocada en ayudar a las personas a reconocer patrones de pensamiento nocivos y sustituirlos por creencias más sanas y funcionales. Cómo Aplicar la TREC en la Vida Cotidiana: La obra de Ellis no solo es relevante para la terapia clínica; sus principios pueden ser aplicados por cualquier persona que busque mejorar su bienestar emocional. Algunas técnicas útiles incluyen escribir un diario de creencias, en el que las personas pueden identificar sus pensamientos automáticos y luego disputarlos con lógica. Otro consejo práctico es preguntarse «¿Qué evidencia tengo de que este pensamiento es verdadero?» cuando se experimentan emociones fuertes basadas en creencias negativas. El legado de Albert Ellis sigue siendo profundo en la psicología moderna. Su enfoque en cómo los pensamientos irracionales pueden afectar nuestras emociones y comportamientos ofrece herramientas prácticas para mejorar la salud mental de manera efectiva. Al ayudarnos a comprender que no son los eventos externos los que nos afectan, sino cómo los interpretamos, la TREC de Ellis sigue siendo una técnica poderosa para quienes buscan un cambio significativo en sus vidas.  

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¿Qué rasgos emocionales y conductuales definen a un ludópata?

Es difícil construir el perfil de la hipotética personalidad del jugador patológico típico, porque todos los intentos han dado como resultado el hallazgo de una serie de rasgos que suelen darse frecuentemente cita, pero que, por su matiz dispar, y aun paradójico, no han permitido diseñar una personalidad pre mórbida especifica. Hay ingredientes constitutivos de la psicología del jugador que se detallan a continuación: En el plano afectivo instintivo o impulsivo, el ludópata es una persona fuertemente dotada pero también descontrolada de impulsos. Se ha detectado que el juego modifica o incrementa el nivel de activación neurofisiológico del cerebro, mediante la liberación de sustancias como la serotonina o los opiáceos endógenos, según afirman investigadores como Blaszczynsky (1986) y ello ha hecho pensar que el ludópata adolece de una carencia de nivel adecuado de activación en su sistema nervioso central que trataría de compensar con el juego. En definitiva, el ludópata se siente instado a la realización de conductas que tienden a llenar un estado de vacío, de hipotonía o de insatisfacción instintiva mediante la obtención fácil de sensaciones compensatorias. Es como la define Zuckerman, un buscador de sensaciones, siendo la búsqueda de sensación de constructo afectivo-instintivo, de naturaleza probablemente biológica, e incluso genética, integrado por varios factores psíquicos, cuales son el gusto por el riesgo, la búsqueda de acción, la desinhibición y la susceptibilidad al aburrimiento. En cuanto al estilo vivencial cognitivo-afectivo, el jugador patológico suele albergar un patrón de pensamiento de tipo mágico-fantasioso, tal vez como consecuencia de su incompetencia para el manejo adulto de la realidad y de las frustraciones que conlleva, optando por dar curso a sus desmedidos deseos y ambiciones a través de la fantasía, que incluye los mitos y la superstición como recursos. Tal vez sea este patrón de pensamiento, como sostienen Corney y Cummings (1985), el que aplicando al juego de azar, permite diferenciar especialmente al jugador patológico del ocasional. Así como el pensamiento lógico, principal atributo de la madurez, es el pensamiento objetivo y racional por excelencia, basado en la capacidad de diferenciación entre lo intenso y lo externo, entre el yo y el no yo, entre la realidad y la fantasías, e independiente del substrato afectivo-instintivo de la persona, el pensamiento mágico, connatural en el ser humano, se fundamenta en lo irracional, se origina en la falta de conocimiento o experiencia racional satisfactoria y campea en el niño y a su vez persiste en las personas inmaduras y en los pueblos primitivos como fermento inspirador de sus mitos y supersticiones. Para el niño, el adulto inmaduro o para los pueblos primitivos, el pensamiento en efecto, se vuelve flexible, acomodaticio y sumiso a sus conveniencias instintivo-afectivas. El pensamiento deja de ser entonces un medio de aprehensión de la realidad, en el sentido zubiriano, para ser, un instrumento de impresión de realidad; o a lo sumo, en él, la aprehensión de la realidad, la intelección sentiente, en lugar de atenerse a un criterio lógico, basado en preceptos sistematizados con arreglo a su propia esencia y modo, pasa a un libre creación, a una reconformación de las notas reales, en un movimiento intelectivo cuyo fruto es entonces no ya el perceptor, sino el factor, el ficto, que no es, advierte Zubiri, ficción de realidad, sino realidad en ficción: no se finge la realidad, sino que se finge que la realidad sea así. La intelección pasa de lógica a fantástica, el pensamiento lógico se trasforma en mágico. Una de las características más llamativas del jugador es su capacidad ideo plástica para, sin pasar por el tamiz de la censura racional, plegarse a sus tendencias hedonistas, que son para él la única realidad. El jugador adquiere y desarrolla su pensamiento a partir de una fuente interna subjetiva de información. Se tiene más en cuenta a sí mismo que al entorno, su impaciente deseo de felicidad le condicionan de tal modo el intelecto que le convierten en un órgano excretor de fantasías. Podría decirse del jugador que es la persona cuyos deseos transforman sus pensamientos en falacias y estas una vez instaladas en su mente con derecho a realidad son adoptados como parapetos defensivos frente a la posible impugnación superyoica, para así propiciar la dedicación impune a su más dilecta pasión, el juego. Los usuarios inveterados del juego desarrollan una serie peculiar de mitos y supersticiones: Los mitos. Por su condición de pensamiento irracional, su carácter estereotipado y su resistencia a la argumentación lógica, podrían equipararse a las mitologías que Sarró (1972) describió en los enfermos delirantes. Entre las referidas mitologías se encuentran: La negación de realidad del consumo excesivo de juego, en cuya virtud el jugador sostiene jugar lo normal, negando en todo caso cualquier insinuación de desmesura. La subjetivación del resultado, que admite al menos tres posibles mecanismos de distorsión perceptiva: La ilusión del control sobre el resultado del juego de azar, lo que induce a pensar al ludópata que puede desarrollar estrategias mediante las cuales será capaz de manipular, influir o al menos confiar en el resultado final de la apuesta; o lo que es lo mismo: la ilusión de control le induce al ludópata a sobrevalorar sus posibilidades de éxito en virtud de un mecanismo de contaminación subjetiva de la lógica, o de lo que podría llamarse la “lógica desiderativa” (“hace mucho que no me toca, luego me tiene que tocar” o “estoy en buena racha de suerte, luego tengo que aprovechar”) La negación de realidad del resultado (fracasos y dependencia), por cuyo mecanismo el jugador aun admitiendo sus excesos, se hasta de contar con un balance positivo en su haber, gracias a su presunta habilidad para escapar como apunta Wagenaar (1988), a las leyes de la probabilidad del azar, minimizando sus fracasos o incluso convirtiéndoles en casi éxitos y sobrevalorando sus triunfos; así como por otro lado alberga la ilusión de poder controlar volitivamente el juego, excluyendo la idea de la dependencia o esclavitud. La interpretación autorreferencial o atribuciones del resultado, en cuya virtud el ludópata se siente tan artífice de su

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El perdón en los momentos más vulnerables

¿Enfermamos porque estamos débiles emocionalmente o es la enfermedad la que provoca nuestra vulnerabilidad emocional? Sin duda, ambos factores son muy difíciles de aislar y con frecuencia, pueden alternar su importancia y su protagonismo a lo largo de un mismo proceso; es decir, podemos empezar por encontrarnos un poco débiles y eso nos crea cierta vulnerabilidad y el sentirnos vulnerables acentúa aún más nuestra debilidad. Perdonarnos por enfermar Con frecuencia, asociamos enfermedades graves a personas de edad avanzada. Sin embargo, este hecho ha cambiado sustancialmente y hoy quizás en gran medida por el ritmo de vida que llevamos, por los hábitos de la sociedad moderna, cada vez nos encontramos con más diagnósticos de enfermedad graves en jóvenes. Este hecho ha cobrado tal dimensión que, en la actualidad, el cáncer es la causa principal de muerte por enfermedad en la población de adolescentes y jóvenes. En el grupo de edad de adolescentes, jóvenes y adultos, solo los accidentes, los suicidios y los homicidios se cobran más vidas que el cáncer. Sin duda, para la mayoría de la gente, recibir un diagnóstico de una enfermedad grave representa un shock, que en muchos casos se acompaña de una reacción de angustia y estrés que condicionan sus vidas. Muchos se preguntan cómo influye los factores psicológicos en la enfermedad. Es lógico pensar que una enfermedad grave despierte angustia, temor e incertidumbre. La persona afectada tiene miedo de cómo resultará el tratamiento ¿Dará resultado? ¿se complicará? ¿seré capaz de resistirlo? ¿Me curaré definitivamente o viviré toda la vida con esta espada de Damocles encima? El enfermo se enfrenta a múltiples preguntas ¿qué debo hacer?¿cómo reaccionar?¿cómo se lo digo a mi familia, a mis hijos?¿tendré fuerza suficiente o me hundiré?¿será este el principio del fin?¿mi vida se terminó?¿ya solo me queda sufrir?¿merecerá la pena tanto esfuerzo, tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto desgarro? Hay personas que se sienten responsables de su enfermedad, que piensan que estiraron demasiado la cuerda, que llevaban una vida desbordada de trabajo, esfuerzo, tensión, de preocupaciones y que eso, tarde o temprano, se termina pagando. Creen que han fallado a su familia, a sus hijos, a su pareja, a ellas mismas. Se sienten tan culpables y tan débiles que les cuesta un mundo perdonarse. La psicología puede ser de ayuda, pero somos nosotros los que mejor podemos vencer nuestros miedos, inseguridades e incertidumbres. Quienes podemos recuperar la ilusión, ánimo y la esperanza que nos hará disfrutar de nuestra vida con una intensidad que nunca habíamos experimentado. Intentad ser vuestro mejor amigo y vuestro mejor reglo. El regalo que hará que vuestros ojos vuelvan a brillar y vuestro rostro se ilumine con una sonrisa de esperanza y de fe en el futuro. El resto será sencillo cuando hayáis conseguido vivirlo bien; cuando vuestra mirada les transmita serenidad, confianza y dulzura; cuando vuestros corazones palpiten en sintonía; cuando vuestros besos estén llenos de alegría, sentimiento y vida. Fracasar, fallar, equivocarnos deberían ser conceptos que no tuvieran un impacto tan negativo en nuestro sistema de valoración, ya que somo seres humanos y como tales podemos fallar y equivocarnos, lo que nos ocurrirá muchas veces a lo largo de nuestra vida, y eso no significará que seamos un desastre o que no valgamos nada. El gran error es pensar que el éxito es sinónimo de valía y que un fracaso significa derrota. Hay gente que hace juicios muy sesgados y se siente triunfadora si va bien y derrotada si ha tenido alguna contrariedad o han surgido circunstancias y hechos que se escapan a su capacidad de control. Hay personas que, ante la reacción violenta del otro, cuando se sienten muy vulnerables, piensan que algo habrán hecho mal, que alguna torpeza habrá cometido para que la pareja reaccione con tanta agresividad. Conviene recordar que Al contraer una dolencia grave, algunas personas se sienten culpables porque creen que al enfermar les han fallado a sus seres queridos. Entonces, les cuesta mucho perdonarse, pero deben hacerlo porque ello les dará la fuerza necesaria para seguir adelante Perdonarnos nos permite, en muchos casos, posicionarnos mentalmente para enfrentarnos a la enfermedad y nos ayuda a vencerla. Perdonarse le permitirá al enfermo obtener las energías necesarias para desempeñar un papel activo en el proceso terapéutico, no abandonarse y presentar batalla contra la enfermedad. No perdonarse porque alguien se crea que ha fracasado en el aspecto profesional o en el ámbito familiar no es justificable; hay que perdonarse para levantarse y recuperar lo perdido. Conceder la máxima importancia no solo al trabajo, sino a nosotros mismos, así como a nuestra familia, nuestra salud, amigos, ilusiones, y nuestra felicidad debe ser nuestra prioridad Perdonarnos también en momentos de gran presión, como son los que se viven en los conflictos de pareja, es uno de los retos a conseguir Analizar los hechos, aprender de los errores, perdonarnos si nos sentimos culpables y querernos cuando emocionalmente nos sintamos vulnerables es lo que debemos hacer en esas situaciones (información extraída de Las 3 claves de la felicidad : perdónate bien, quiérete mejor y coge las riendas de tu vida / Mº Jesús Álava Reyes, 2014)

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¿Qué diferencia hay entre psicólogo y psiquiatra?

Uno de los aspectos más difíciles que se presentan a la hora de encontrar a un terapeuta o médico es saber dónde buscarlo. Un buen punto de partida es, en este sentido, el médico de familia, que probablemente conozca a psiquiatras, psicólogos y clínicas de la zona especializados en el tratamiento de la ansiedad. También cabe la posibilidad de llamar a los hospitales y clínicas cercanas para ver si tienen programas y ofrecen TCC (Terapia Cognitivo Conductual) o medicación para el tratamiento de la ansiedad social. Internet también es una fuente de información sobre las alternativas de tratamiento con que cuenta en las proximidades de su lugar de residencia. Otra forma de encontrar ayuda es conectar con una organización nacional que se ocupe de los problemas relacionados con la ansiedad o la TCC. La Anxiety Disorders Association of America, por ejemplo, proporciona información sobre opciones de tratamiento y grupos de autoayuda en los Estados Unidos y Canadá. La Association for Behavior and Cognitive Therapies es una organización profesional que también proporciona información sobre profesionales que tratan problemas relacionados con la ansiedad. No tema a la hora de decidir el profesional con el que trabajar, formular las preguntas que considere oportunas. Conviene, antes de comprometerse, aclarar las siguientes cuestiones: El tipo de tratamiento ofrecido. Si, por ejemplo, está interesado en un tratamiento psicológico, debe enterarse de si la persona tiene experiencia en proporcionar TCC para la ansiedad social y de desempeño. El número de sesiones habitualmente recomendadas para tratar este problema sabiendo que, sin realizar una evaluación completa, esa estimación suele ser muy imprecisa. Lo más habitual es que basten entre diez y veinte sesiones. La duración de las sesiones. Aunque lo más habitual sean sesiones de una hora, a veces son necesarios, para llevar a cabo las sesiones de exposición, periodos más largos. La frecuencia de las sesiones. Lo más habitual, en este sentido, son las sesiones semanales. El precio por sesión y el sistema de pago preferido ¿es flexible el precio? La ubicación y el entorno ¿Se lleva a cabo el tratamiento en una consulta privada? ¿en un hospital? ¿en una clínica universitaria? ¿en una clínica comunitaria? ¿en un centro de investigación? La accesibilidad del tratamiento grupal versus el tratamiento individual de la ansiedad social. Ambos enfoques probablemente funcionen ¿Quién proporciona el tratamiento? ¿un psicólogo? ¿un psiquiatra? ¿un estudiante de psicología o un residente de psiquiatría? ¿Qué experiencia tiene la persona? ¿Dónde se ha formado? ¿es adecuadamente supervisado, en el caso de tratarse de un estudiante? ¿Qué experiencia tiene su supervisor? ¿Podría concertar, si la necesitara, una visita con el supervisor? Tipos de profesionales Si está interesado en recibir una terapia psicológica, como la TCC, su terapeuta puede ser un psicólogo, un médico, un trabajador social o un profesional procedente de una amplia variedad de sustratos. Conviene recordar que, independientemente de su formación, la mayoría de los clínicos no tienen gran experiencia en el uso de la TCC para el tratamiento de los trastornos relacionados con la ansiedad. Mucho más interesante que la titulación de la persona, es su familiaridad con el tratamiento de la ansiedad social utilizando los tratamientos cognitivos basados en la exposición. Y aunque esto sea mucho más fácil de encontrar en el caso de los psicólogos, también hay que decir que la formación en terapia cognitivo conductual está llegando cada vez más a otros profesionales. Psicólogos. Los psicólogos especializados en los trastornos psicológicos suelen ser doctores en psicología clínica. La formación de un psicólogo suele incluir una diplomatura universitaria de cuatro años, seguida de cinco a ocho años adicionales. En algunos lugares, los practicantes con un master suelen considerarse también psicólogos mientras que, en otros, los clínicos con un máster se denominan de otro modo (como, por ejemplo, psicólogo asociado, psicoterapeuta, psicometría, etc.) Psiquiatra. Un psiquiatra es un médico que, después de haber completado cuatro años de estudios en la facultad de medicina, se ha especializado en el tratamiento de los problemas de la salud mental. Habitualmente, esta especialidad incluye una residencia de cinco años y puede incluir también un entrenamiento adicional. Aunque los psiquiatras son más proclives que otros profesionales a ver y tratar la ansiedad desde una perspectiva biológica, sus programas de enseñanza cada vez tienen más en cuenta la formación en TCC. Las ventajas de ser tratado por un psiquiatra, en lugar de otro tipo de profesional, incluyen la posibilidad de obtener medicación además de otras formas de terapia y de ser evaluado por un médico especialmente cualificado en reconocer las condiciones médicas que puedan estar contribuyendo al problema. Trabajador social. Los trabajadores sociales están entrenados para enfrentarse a problemas muy diversos, como ayudar a las personas a relacionarse mejor, resolver sus problemas personales y familiares y aprender a gestionar más adecuadamente las vicisitudes de la vida cotidiana. También pueden ayudar a enfrentarse mejor al estrés de un alojamiento inadecuado, el paro, la falta de habilidades sociales, los problemas económicos, la enfermedad o la incapacidad grave, el abuso de sustancias, el embarazo no deseado, etc. La mayoría de los trabajadores sociales se especializan y algunos acaban proporcionando psicoterapia en la práctica privada, un hospital o centro especializado. Aunque la TCC se halla habitualmente incluida en los programas de formación de los trabajadores sociales, los hay que, concluida su formación, siguen cursos de entrenamiento especializado en TCC. Otras profesiones. Son muchos los profesionales que pueden formarse para proporcionar TCC u otras formas de psicoterapia. Entre ellos cabe destacar a los médicos de familia, las enfermeras, los terapeutas ocupacionales, los sacerdotes u otros líderes religiosos e incluso los psicoterapeutas sin titulación formal en un campo relacionado con la salud mental. Es más importante saber si el profesional en cuestión tiene experiencia, que, si se trata de una enfermera, un médico de familia, un psicólogo, un psiquiatra, un terapeuta ocupacional, un trabajador social o un estudiante de uno de estos campos. ¿Cuánto tiempo requiere el tratamiento? El tratamiento cognitivo conductual de la ansiedad social y de desempeño suele requerir entre diez y veinte sesiones.

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¿Quién perdona antes, los adultos o los niños?

El ser humano nace perdonado y perdonándose; perdonando por aceptar que le expulsemos de ese hábitat tan confortable, tan maravillosamente mágico en el que ha estado desarrollándose y creciendo durante nueve meses y perdonándose porque en esa nueva etapa de su vida cometerá muchos errores, en ese proceso de investigación constante, de análisis, de búsqueda y de ensayo y error que será su existencia. ¿Cuántas veces pide perdón el niño? Se pasa la vida pidiéndonos perdón. Perdón por haber empujado o por haber mordido cuando era muy pequeño, perdón por gritar mucho, por llorar demasiado, por patalear y cogerse rabietas, por desobedecer, por decir NO, por retarnos, por no querer ir a la cama a su hora, por insultar, por pegar, por enfadarse, por hacer las cosas más despacio de lo que le pedimos…a veces incluso por decir la verdad El perdón para él es tan vital que no descansa hasta que lo consigue. Cuando por fin lo obtiene, ¿qué ocurre?. La mayoría coincidiremos en que en esos momentos vemos una de las imágenes más bellas y cautivadoras de este mundo: la sonrisa amplia y radiante que se dibuja en el rostro del niño; esa sonrisa llena de alegría, iluminada por una mirada dulce y tierna, que nos envuelve y nos acaricia. Una ventaja enorme que tiene el niño es que, una vez que ha sido perdonado, se olvida de inmediato de lo que hizo mal y se queda tan tranquilo, prometiéndonos lo que difícilmente será capaz de cumplir: que ya “nunca” volverá a suceder, que esta ha sido la última vez que ha fallado. El niño se perdona a sí mismo con mucha facilidad; rápidamente se olvida de su mala acción o de su travesura y en no pocas ocasiones, intenta eludir su responsabilidad echando la culpa a los demás. Por el contrario, muchos adultos se torturan una y otra vez ante su incapacidad de perdonarse. De nuevo, vemos que los años no siempre son sinónimo de sabiduría, a veces parece que cuanto más crecemos más “desaprendemos”. El niño tiene un sentido de la justicia muy primitivo, pero muy claro; el adulto, sin embargo, puede complicarse tanto que llega un momento en que no es capaz de discernir y se fija solo en los resultados, olvidando que hay que valorar también el esfuerzo realizado. Aprender a perdonarnos es aprender a vivir. En muchas ocasiones, nos pueden condicionar determinadas experiencias, situaciones dolorosas, el entorno y la cultura en la que estamos inmersos….,pero no podemos abdicar de una enseñanza que nos permitirá ser dueños de nuestras emociones y autores de nuestra vida. Si queremos “triunfar” en lo esencial, el arte del perdón será el mejor regalo que nos podamos ofrecer. Una persona insegura es invulnerable, dependiente de la mayor o menor estima de los demás e insatisfecha consigo misma. En la raíz de nuestra inseguridad casi siempre encontramos “reproches” y juicios de valor equivocados. Nuestra seguridad está basada en gran medida, en nuestra propia aceptación y en esa aceptación desempeña un papel crucial la valoración de nuestros aciertos y la asunción de nuestros fallos. Pero asumir no significa sucumbir, sino aceptar y confiar en nuestra capacidad de recuperación. Muchos piensan que la autoestima está de moda y que la gente habla de ella sin saber muy bien qué significa. La autoestima es la valoración que tenemos de nosotros mismos; es decir, es nuestra percepción de lo que somos o de lo que creemos ser. Sobre la base de este planteamiento, coincidimos en que una persona con una autoestima alta habitualmente se siente segura, se respeta y se quiere sin ningún tipo de complejos. Por el contrario, cuando alguien tiene un concepto pobre de sí mismo y constantemente se formula reproches, su autoestima baja en la misma medida en que baja su propio afecto. Pero si hay una circunstancia dura en nuestra propia valoración, es cuando nos sentimos culpables por algo que hemos hecho o por algo que debíamos hacer y no hicimos. La situación se agrava si, además, creemos que hemos decepcionado a quienes mas queremos y más admiramos. Hay personas que pasan la vida deseando con tanta intensidad que cuando no llega no son capaces de parar, analizar y aceptar los hechos. La perseverancia es un valor que nos puede resultar muy útil para superar obstáculos y dificultados, pero ¡cuidado! a veces, determinados hechos y acontecimientos nos envían señales que no sabemos interpretar. Por muy poderosa que sea nuestra voluntad, no olvidemos nunca que los aparentes fracasos pueden encerrar grandes lecciones que, lejos de hundirnos, pueden ayudarnos a encontrar las mejores opciones. Conviene recordar que: Aprender a perdonarnos nos permite aprender a vivir con seguridad, autoestima y confianza en nosotros mismos Asumir nuestros defectos y errores no es fácil, pero es necesario para enmendarlos y poder perdonarnos. Borrar el pasado y los errores que hayamos cometido resulta imposible, pero sí podemos controlar el presente Reconocer que nuestro valor como seres humanos no radica en nuestros conocimientos técnicos o académicos, sino en el reconocimiento de nuestras limitaciones Perdonarnos nos devuelve nuestra autoestima, mermada por los sentimientos de culpabilidad que nos asaltan ante un error o una mala acción Ser indulgentes con nuestros errores es necesario, sobre todo cuando no ha habido intencionalidad o mala fe por nuestra parte, y hemos de ser capaces de perdonarnos para recuperar la paz y la alegría de vivir. (información extraída de Las 3 claves de la felicidad : perdónate bien, quiérete mejor y coge las riendas de tu vida / Mº Jesús Álava Reyes, 2014)

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¿Cómo ayuda la psicología en el trastorno bipolar?

El posible papel de la intervención psicológica en el tratamiento de los trastornos bipolares ha seguido un curso comparable al de un trastorno bipolar de tipo I, con síntomas psicóticos en ambas fases. Tras una fase inicial de grandiosa euforia psicoanalítica, en la que se asumió que la psicoterapia desempeñaría un papel fundamental en el tratamiento de la enfermedad bipolar y que las palabras “curarían” dicha enfermedad, los hallazgos neurobiológicos y farmacológicos parecieron inducir una gran fase melancólica para la psicoterapia a mitad de la década de 1970 y en la de 1980; pocos estudios, mucha confusión y una terrible pérdida de interés cuando se llegó a la conclusión, usando los versos de Alberti, de que “las palabras entonces no sirven”. Los años de la década de 1990 se convirtieron en una época de optimismo para la psicoterapia del trastorno bipolar gracias, por un lado, a la eclosión de los nuevos fármacos eficaces para tratar este trastorno, eclosión que propició un renacimiento del interés y de la investigación clínica y terapéutica de los trastornos bipolares y, por otro lado, a la evidencia de que determinadas intervenciones psicológicas se habían mostrado muy eficaces como tratamiento complementario a los psicofármacos en otras enfermedades como la esquizofrenia. Todo ello propició que equipos en todo el mundo centraran de nuevo su interés en el papel de la psicoterapia aplicada a los trastornos bipolares, interés que se introdujo en la primera década de 1990 en la aparición de varias revisiones y manuales y, a partir de 1999, en la publicación de rigurosos estudios clínicos aleatorios sobre la utilidad de distintas técnicas. Las intervenciones psicológicas propuestas para el trastorno bipolar a lo largo de la historia son muy diversas, pero la mayoría de ellas se han publicado sin un apoyo metodológico adecuado, sin grupos control ni evaluación de resultados a ciegas y basándose solo en descripciones anecdóticas de difícil extrapolación (Swartz y Frank, 2001). Por otra parte, la ausencia de análisis independientes para cada subtipo clínico o evolutivo de la enfermedad dificulta la interpretación de los resultados. (extraído de Manual de psicoeducación para el trastorno bipolar. Autores: Francesc Colom, Eduard Vieta, 2004)

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